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Ramón Bravo Prieto (1925-1998) es el buzo mexicano que mayor renombre ha alcanzado a nivel internacional. En el auge profesional de ambos, entabló una amistosa relación científica con el investigador submarino francés, Jacques Cousteau. Fue merecedor del Premio Nacional de Periodismo por su divulgación científica de la riqueza mexicana, en la pantalla chica. Su visionaria labor en defensa de los ecosistemas marinos dio origen a la Medalla Ramón Bravo, que otorga el Gobierno de Quintana Roo.

Investigador submarino, camarógrafo procurado por quien buscara al mejor bajo el agua, además fue un guía profundamente conocedor. Su programa televisivo Mundo Marino estaba dedicado a mostrar las maravillas de los mares mexicanos: las cascadas de arena en Baja California Sur, las cristalinas aguas de nuestro caribe mexicano, los lobos marinos del mar de Cortez, atravesando todo el golfo en lanchas de goma.

Ramón Bravo tuvo el toque mágico para contagiar su amor y el respeto por la naturaleza, en especial por su mundo submarino. Eso inspiró a muchos a abrazar la carrera de biología marina, oceanografía, buceo o la fotografía submarina como profesión, y a muchos más que se dedicaron a la conservación de nuestro medio ambiente desde otras miras.

El mayor mérito de Ramón Bravo fue su anticipación a lo que hoy ya tiene una importancia reconocida. A través del atractivo del mundo subacuático fue descubriendo –y comunicando- la importancia de cuidar los ecosistemas que han tardado millones de años en formarse, y pueden perderse en un descuido.

Comenzó presentando a la mirada pública las orcas de San Benito B.C., pues fue el primer fotógrafo en captarlas en su ambiente; derribó así un mito milenario: las orcas cazan para su propia sobrevivencia y no son asesinas, como la tradición decía. Cuando le pregunté a Ramón qué había sentido al estar allá abajo, solo, con varios de los animales que tienen fama de asesinos, me contestó como casualmente; “Estos animales tienen una mirada tan linda que no pueden hacer daño, así que me salí de mi jaula e hice mi documental.” En el polo norte filmó a los osos polares nadando bajo el agua, tan cerca de ellos que uno le mordió un pie sin graves consecuencias.

 

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Ramón descubrió y divulgó la presencia de los tiburones dormidos en la paradisiaca Isla Mujeres, hecho que sorprendió a la comunidad científica, pues la academia estaba convencida de que los tiburones no podían dormir. Tuvo el reconocimiento de la comunidad internacional por la belleza y la riqueza de las imágenes que capturaba durante sus viajes por los mares del mundo.

Las aletas, el visor, el snorkel, la cámara, el papel y el lápiz fueron sus herramientas principales de trabajo, pero sobre todo lo fue el valor moral de hacer públicas las amenazas que asechaban los ecosistemas y, por extensión, al planeta. Sabía que luchaba contra molinos de viento, pero su convicción de saber que hacía lo correcto, y su inquebrantable fe en que podría mejorar las cosas, le obligaban a seguir adelante. 

Platicando, fotografiando o escribiendo, Ramón Bravo nos hacía sentir en armonía con el ecosistema marino. 

También nos enseñó cómo el hombre ha equivocado su manejo del ambiente marino. Constantemente nos recordaba que la naturaleza humana cuenta con la capacidad oculta y ancestral para armonizar con la naturaleza y que eso es esencial para la preservación de las generaciones futuras. Cierro con una frase que explica y sustenta la labor de toda su vida: “Más allá de todas las cosas, está el mar.”

En la entrada de la cueva submarina donde fueron depositadas sus cenizas, una placa le rinde su último homenaje: 

 “Ramón Bravo

El protector de la mar océano duerme por siempre

al lado de sus tiburones en esta cueva.

Isla Mujeres, Quintana Roo 28 de Febrero de 1998.“

 

Texto:  Alberto Friscione Carrascosa ± Foto: Alberto Friscione Carrascosa, Ecología Verde