Pintando una ilusión multicromática
El arte es siempre una forma de expresar nuestras emociones, preocupaciones, nuestra conexión con la naturaleza y nuestra interacción con la sociedad. También puede surgir como una forma de protesta política o como un homenaje al arte antiguo, personas, lugares, o creencias. Las corrientes artísticas de cada período están cuidadosamente representadas en las pinturas, las esculturas, la moda, la decoración y la arquitectura. En la Francia del siglo XVII, el estilo de vida frívolo de la monarquía absoluta desató inconformidad entre la población. El arte seguía siendo exclusivo de la nobleza y la alta burguesía; estos grupos sociales tuvieron gran influencia en la transición, o volte-face, del exagerado estilo barroco al rococó –una imagen más delicada de belleza y gracia en ambientes naturales.
El término “Rococó” se originó entre 1720 y 1780, cuando el arte francés se apartó de la constante devoción hacia las deidades del período clásico y las representaciones más oscuras del Barroco (que capturó a la perfección la extravagante superficialidad de la monarquía). El Rococó se destaca por sus colores más suaves y más vibrantes que se encuentran principalmente en retratos, presentando rostros lisos y rosados, además de prendas ostentosas que el extravagante gusto del rey Luis XIV había introducido previamente en la moda francesa y, posteriormente, en el resto de Europa.
Antoine Watteau
Un artista con mente propia
Es una de las figuras más representativas del período Rococó. Su trabajo se describe a menudo como una mezcla de Rubens y la influencia italiana de Veronese. Cuando era joven viajó a París donde conoció a Claude Gillot, quien se convertiría en su maestro. Gillot trabajó en el teatro, y fue ese entorno dramático lo que inspiró a Watteau a representar actores, paisajes floridos, y a utilizar la luz para crear un mundo de color y fantasía pastoral. Era un pintor de gran talento con una obra extensa, pero sus piezas más famosas son, quizás, sus tres versiones de La peregrinación a la isla de Citera. Según el mito, Citera es la isla sagrada del Amor, lugar de nacimiento de la diosa Afrodita, y por lo tanto, es un lugar que simboliza una tierra prometida para los amantes. En la pintura observamos el viaje –que más bien alude a un desfile– hacia esta isla utópica, con parejas representadas en la naturaleza, rodeadas de cupidos y un ambiente de profunda alegría.
El trabajo de Watteau siempre busca apartarse del barroco trivialmente abarrotado. Muchos artistas de la época, como François Boucher (discípulo de Watteau que también encontró inspiración en Rubens) y Jean-Marc Nattier, un artista de retratos, siguieron sus pasos para definir el Rococó.
Jean-Honoré Fragonard también fue uno de sus discípulos. Su obra El columpio es una pieza prominente del período Rococó que muestra una escena en la que una joven, sentada en un columpio, es empujada por su marido, mientras su amante se esconde entre los arbustos observándola. Si bien Boucher es conocido por sus representaciones eróticas y hedonistas, Fragonard tomó una dirección diferente, centrándose en paisajes y retratos. Sus últimas obras fueron influenciadas por la sobriedad de Rembrandt, para luego mostrar una tendencia hacia el neoclasicismo.
Idílica seducción
El rococó encarna con un cierto descaro los placeres cromáticos de la vida en el sombrío siglo XVIII en Francia tras el reinado de Luis XIV. Las figuras en las pinturas son representaciones teatrales de acción, tranquilidad, ornamentación y moda en escenarios míticos y bucólicos, cargados de erotismo y coqueteo. Existen en un paraíso que se ha materializado a partir de la imaginación, alejándose del ajetreado estilo de vida urbano. El Rococó es el movimiento artístico donde los sueños de los espectadores se hacen realidad.
Texto: Andrés Ordorica ± Foto: RCLONG2 / PT / PNT / PVT / MUSEO THYSSEN / WPD CM / WP / WOF / WIKIART / ARTM3