El Rijksmuseum de Ámsterdam logró reunir 28 de las 36 obras maestras del neerlandés Johannes Vermeer.

Cuando de Johannes Vermeer se trata, todo es luz y color, y la luz es color y el color es luz. Sobre estos dos elementos, el artista neerlandés del siglo XVII logra idear historias serenas, sosegadas y pulidas, que 350 años después de haber sido creadas continúan teniendo un poderoso efecto en nosotros. Así lo explica, Pieter Roelofs, curador de Vermeer, la más grande, importante y magnífica retrospectiva jamás realizada sobre el gran maestro de Delft.

La obra completa de Vermeer (1632-1675) se compone de 36 pinturas, ubicadas en 18 museos y colecciones privadas alrededor el mundo. Aun así, en los últimos siglos había resultado imposible reunirlas bajo un mismo techo, hasta que el Rijksmuseum de Ámsterdam logró, en una histórica retrospectiva, juntar 28 de estas obras maestras, en un montaje que nos acerca al universo de Vermeer: su trabajo, vida privada, entorno social y ambiciones del artista, y nos sumerge en el mundo de calma e intimidad de personajes anónimos como La Lechera o La Joven de la Perla.

De acuerdo a Taco Dibbits, director general del Rijksmuseum: “estamos viviendo un momento histórico. Nunca antes, ni en el estudio del mismo artista, en los 1600, se habían reunido 28 de sus obras bajo un mismo techo”.

Traídas de 14 museos y colecciones privadas de siete países, esta exhibición es la más completa jamás montada. Siete pinturas regresaron por primera vez a los Países Bajos después de 200 años. El diseño del recorrido por las 10 salas que comprenden la muestra corrió a cargo del diseñador y arquitecto francés Jean-Michel Wilmotte.

Divididas por temas, las galerías acercan al visitante a la obra y al mundo de Johannes Vermeer, explorando su trabajo, vida privada, entorno social y religiosos. La muestra abre con lo que sea quizá el paisaje urbano más famoso del siglo XVII neerlandés: la famosa Vista de Delft prestada por el Mauritshuis (La Haya) para esta exhibición. La interacción de luz y sombra, el impresionante cielo nublado y los sutiles reflejos en el agua, convierten este cuadro en toda una obra maestra. Con este gesto, el curador nos ubica, desde el inicio del recorrido, en la ciudad natal del autor.

 

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Su impacto es inolvidable

La siguiente galería nos presenta sus primeras creaciones para llegar muy pronto a los interiores silenciosos, domésticos y serenos por los que el artista es tan querido y admirado. “Vermeer no produjo muchas pinturas; sin embargo, su impacto es inolvidable”, comenta Dibbits. “En un mundo que nos exige constantemente tanto, la calma y la intimidad de su obra hacen que el tiempo se detenga”.

Una mujer en labores caseras absorbida en su rutina de la mañana; una chica leyendo una carta; la ciudad despertando al amanecer... Vermeer era un maestro del momento íntimo, sosegado, callado y absorbente. Pasamos de las vistas de la ciudad a los interiores domésticos, viajamos entre lo sagrado y lo profano; desde la vida hogareña, con música y momentos de intimidad, hasta la devoción religiosa y las escenas que sugieren algo más subido de tono. Todo esto en 28 pinturas creadas entre 1654 y 1674.

En una de las salas de la exhibición hay una obra que cuelga sola de una de las paredes. En ella, alguien ha descorrido una cortina de tonos verdes, al hacerlo nos ha dado acceso a una escena a la que en realidad no hemos sido invitados. En un salón vemos a una chica leyendo el final de una carta; se aprecia que se ha acercado a la ventana para tener mejor luz, su vago reflejo es atrapado en los vidrios emplomados de la ventana abierta. En la pared del fondo, la imagen de un cupido nos da una pista del tema de la carta. Es un momento íntimo del que somos testigos sin que ella nos note, situación que el curador logra acentuar al situarnos en este cuarto solos con esta obra.

Es imposible no preguntarse con gran curiosidad: ¿qué dice la carta? Y nos encontramos escrutando la expresión facial de la chica para saber cuál es su reacción.

 

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La ilusión del espacio es sorprendente

Mientras tanto, en la galería contigua, una mujer sirve leche y prepara una canasta de pan. Está sola en la cocina, y la pared lisa del fondo subraya su situación. En Vermeer, las paredes blancas nunca son completamente blancas, tienen diferentes degradaciones de grises, grietas, sombras, raspaduras de yeso, y en este caso, un clavo desnudo sobresale de la pared iluminada por la luz del día, proyectando su sombra arriba de la cabeza de la mujer.

El artista logra que podamos escuchar el sonido de la leche vertida y oler el pan recién horneado. En este momento, en este espacio tan hogareño y tan privado, en la cocina de una casa que no es la nuestra, y que, sin embargo, tiene algo de familiar.

La ilusión del espacio es sorprendente. A pesar de esto, no podemos decir que Vermeer pintara escenas reales; cada composición está construida con gran cuidado y de manera compleja. Su obra está plagada de detalles que solo van revelándose después de un rato de estar frente a ella.

Sin embargo, no por ser íntimo o familiar, sus cuadros no dejan de tener siempre un toque de drama, algo de misterio, un enigma en la escena... Hay cosas que nunca podremos saber: música que no escuchamos, conversaciones que no sabemos de qué tratan. Una mujer sostiene su collar, inmóvil en sus pensamientos y mirando la luz a través de la ventana. ¿En qué piensa? ¿Qué dice la carta? ¿De qué están hablando? ¿Qué hay detrás de la ventana? ¿Quién es la joven del arete de perla?

Toda la muestra está llena de momentos así. Vermeer juega con nosotros y manipula nuestro ojo en cada pintura, enfoca y desenfoca objetos en las escenas, pasa por alto algunas cosas, para poner otras en primer plano. El artista no deja nada al azar; cada centímetro de la obra está cuidadosamente pensado y ha calculado detenidamente cuál será nuestra reacción.

La exhibición de Vermeer estuvo precedida por una gran investigación, realizada en colaboración con Mauritshuis en La Haya y la Universidad de Amberes. La investigación continua después de la exposición, y los hallazgos se presentarán en un simposio internacional en el Rijksmuseum en 2025, 350 años posteriores a la muerte de Vermeer.

 

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Texto: Maite Basaguren @maitexplainsart ± Foto: Rijksmuseum