La auténtica Asia

Navegando por Koh Samui y Ang Thong

Para describir Tailandia se necesitan dos palabras: seducción y refinamiento. Un país de contrastes en el sudeste asiático. Una aventura que se antoja llena de desconciertos, de misticismo por sus templos, de belleza por sus montañas, de islas espectaculares con playas paradisiacas, la unión entre lo tradicional y la modernidad. Recorrido del que seleccionamos lo más importante para conocer y apreciar esas grandes “islas del país de las sonrisas”, que a continuación presentamos.

 

Koh Samui

El punto de partida para este viaje fue en el pequeño paraíso insular: la isla de Samui, en el golfo de Siam. Edén con abundante vegetación y playas de arena blanca, bañadas por el mar de color jade.

 

 

 

Los pueblos se esparcen alrededor de la isla dominada por montañas, restaurantes, bares y hoteles que acogen personas de todo el planeta, creando un conjunto internacional de ambiente insólito. Los tailandeses observan ese nuevo melting pot, donde extranjeros de otros horizontes se sientan en las terrazas de los cafés junto a ellos, en el que los intercambios culturales fascinan, las discotecas divierten y las playas invitan a relajarse.

El alojamiento fue en el Four Seasons, enclavado en una península que domina el mar, en la lujosa Thai-Villa, escondida entre la selva con alberca y una fabulosa terraza. Con un restaurante, situado en uno de los puntos más altos de la península, para degustar exquisitos platillos típicos y la vista impresionante de las más hermosas puestas de sol.  

Una embarcación esperaba en el pequeño puerto de Na Thong, que acoge a ferries y pescadores, para navegar alrededor de la isla, de 21 km de ancho y 25 de longitud. Sus montañas albergan una densa selva tropical, donde corren las cascadas y sus playas se adornan de cocotales y pueblos muy concurridos por los visitantes.

 

 

 

Por la península que rodea al Four Seasons, se observaron las playas nortes hasta el pequeño pueblo de Bo Phut, cuyo muelle recibe los ferries que vienen del norte, famoso por sus restaurantes y la vida nocturna. La parada obligatoria fue en el Big Buda, una inmensa estatua dorada asentada sobre la isla y que atrae a los fieles por el misticismo que emana de su figura.

Enfilamos a la pequeña isla de Som, para cambiar de rumbo hacia el sur, descubriendo la costa este, empezando por la hermosa playa de Choeng Mon, de aguas cristalinas y muchos hoteles. En la pequeña isla de Matlang se encuentra Chaweng con sus restaurantes y bares, lugar favorito de los extranjeros para continuar al siguiente pueblo de nombre Lamai.

La parte sureña es menos concurrida, más salvaje y auténtica. Con sus chozas de pescadores, inmensas playas de arena blanca y bordeadas por cocotales. Paraíso olvidado, casi intacto, anclamos para comer mariscos y pescado frito en uno de los chiringuitos de la playa de Phangka Bay, admirando las islas que surgen al frente, después de haber navegado a lo largo de las idílicas playas de Hua Thanon, Bang Kao, y Thong Krut. Pasamos de largo otras playas como Taling Ngam hasta alcanzar Na Thong, y regresar a la suntuosa villa.  

 

 

 

 

AngThong y sus intrigantes islas

Desde Na Thong navegamos hacia las intrigantes islas que forman el Parque Nacional de AngThong, que alcanzamos después de dos horas. Ese parque marino está compuesto de 42 islas de piedra caliza gris, cubiertas de selva tropical húmeda, de playas idílicas de arena blanca y mar transparente, color jade.

Hicimos un alto en Koh Mae Ko para gozar de su paradisiaca playa y ascender al mirador, poniendo al descubierto el lago interno de agua salada de color esmeralda (Thale Nai). Buceamos en Koh Sam Sao para conocer la impresionante variedad de peces de colores y tortugas marinas, observando además monos, lagartijas de tipo varano, así como águilas al exterior.

El paisaje es un magnífico escenario de cuentos donde la naturaleza inventa sus formas y las mueve al ritmo de las sombras, donde el mar acaricia los peligrosos acantilados y se hunde en misteriosas cuevas, donde las playas inventan el paraíso.

Dejamos AngThong National Park, rumbo al norte, nos detuvimos en las pequeñas islas donde visitamos en kayak unas cuevas marinas de aguas cristalinas y buceamos. Aislados en esas islas, sentíamos que la fauna marina era nuestro paraíso, adornado por peces coloridos. Seguimos rumbo a Koh Tao, una pequeña isla habitada en la ruta de los principales ferries. El cielo se llenó de colores morados y anaranjados, para ofrecer una misteriosa puesta de sol y anclar en Ban Mae Hat.

 

 

 

 

 

 

En la apacible mañana, exploramos los fondos marinos del arrecife de coral de Koh Tao, uno de los mejores lugares para bucear y emprendimos el regreso, no sin antes visitar la isla montañosa de Phangan, con sus desiertas playas y sus grandes pueblos de Chalok Lam, en el norte, y Thong Sala, en el sur. Atravesamos el Chong Phangan para alcanzar de nueva cuenta nuestro punto de partida, Koh Samui.

 

La seducción de Bangkok

Dejamos nuestro paraíso, volando sobre el golfo de Siam desde donde podía apreciarse el delta del río Chao Phraya, con sus criaderos de camarones y sus arrozales. Pero Bangkok ya nos esperaba para cautivarnos, intrigarnos y dejarnos seducir.

Antes de ser embrujado por los misterios de la gran urbe, nos refugiamos en el Four Seasons Bangkok, un lujoso hotel donde la elegancia de los salones y habitaciones, inmensos jardines y sus fuentes, la comodidad de la alberca y el spa, además de la belleza en sus restaurantes, protegen de las tentaciones de Bangkok.

La también conocida como la Venecia de oriente no te intimida, al contrario, te seduce por la delicadeza de sus jardines y la belleza de sus templos, por el ritmo moderno y tradicional de la gran urbe, por el tráfico vehicular tolerable y por el movimiento de los barcos que hacen vibrar el río Chao Phraya, la paz de sus canales bordeados por casas, con aire de mercado flotante.

En la gran urbe, gozamos de los monumentos que surgen del pasado: el Palacio Real y sus templos, un conjunto arquitectónico fascinante construido en 1782 y vigilado por gigantes de piedra, repleto de pinturas fascinantes, espejos, estupas, torres y jardines, con paneles dorados que brillan en el sol y donde encontramos el templo del Buda Esmeralda. Se trata de Wat Pho, que alberga el Buda reclinado de 45 metros de largo.  

Visitamos Wat Arun que domina la vida ardiente del río; el business district y el centro financiero, muy atractivos con sus centros comerciales. Pat Pong o Barrio canalla; el Museo Nacional que cuenta la historia de Tailandia y enseña piezas únicas; el Templo de Mármol, el Palacio Dusit y Vimanmek y el Chatuchak Weekend Market.

 

Chiang Rai y Tented Camp

Aterrizamos en Chiang Rai, en medio de los arrozales del norte rodeados por montañas, en el Golden Triangle. La lujosa Land Roover nos esperaba. Después de una hora de camino, el coche tomó un camino en medio del bosque de bambúes y llegamos a una suntuosa cabaña, a la orilla de un río, perfecto refugio exótico. Era la recepción del Four Seasons Tented Camp, una palapa con su bar, de madera y abierta a los cuatro vientos.

En esa colina estaban esparcidas las habitaciones, lujosas tiendas con todas las comodidades y una fastuosa terraza con vista sobre el río. El restaurante sorprendente, junto a la alberca, donde cada mañana en el desayuno, una manada de seis elefantes bebé aparecía para recibir plátanos.

Una mañana, nos entrenaron para ser mahout (o Kao-Chang), hombre que dirige los elefantes. La enseñanza consistió en utilizar palabras claves a las cuales responde el paquidermo, como subir o bajar. La clase incluía la zambullida en el agua, que sirvió para refrescarlo y a nosotros también. Sensación inexplicable resultó el sentir la piel del animal o dirigirlo con palabras, presión del pie atrás de su oreja. Acariciarlo, premiarlo. ¡Qué momento más intenso y fabuloso!  

 

 

Lo anterior formó parte de la Copa Internacional de Polo en Elefante (2008 King’s Cup Elephant Polo Tournament) y asistimos a esos intrigantes partidos donde los hombres, montados sobre ese potente animal, se pelean una pelota con unos largos palos terminados por un martillo, haciendo correr los elefantes, hasta lograr marcar el gol. El mahout maniobra el elefante mientras el jugador busca y empuja la pelota.

Navegamos por el río Ruak, frontera natural que divide Tailandia y Myanmar, hasta llegar al Mekong, ese gran río que atraviesa el sureste asiático y divide Tailandia de Laos.

 

El Triángulo Dorado

Estábamos en el centro del Golden Triangle, famoso por sus cultivos y el tráfico del opio en el siglo XX. Aunque parece que su cultivo ilegal ha sido eliminado en Tailandia, Myanmar sigue siendo uno de los países productores y proveedores, junto con Afganistán, de una gran parte de la heroína que se vende en el mundo.

Un casino se construyó en Myanmar, otro se está erigiendo en Laos para atraer a la clientela tailandesa. Es un lugar mágico, entre las colinas, con ese fastuoso Mekong que desemboca en la región de Saigón en Vietnam.

 

 

 

 

 

 

Un extraordinario Museo del Opio que nos lleva por un paseo místico a través del tiempo, contando la historia del consumo y tráfico del opio, verdadera aventura sucia y misteriosa. Visitamos los pueblos de Ban Sop Ruak y Chiang Saen, con sus templos, su mercado, donde se venden los pescados del Mekong y las orquídeas junto con las verduras y frutas locales, y su encantadora gente.  

Fue difícil dejar el Four Seasons Tented Camp, donde fuimos apapachados con una esencia de lujo y elegancia que compartíamos cada momento cerca de elefantes. Antes de partir, recorrimos los llanos donde los arrozales mueven sus espigas al ritmo de la brisa, y donde se encuentra el Templo Blanco, decorado por extrañas figuras de guerreros y dioses o dragones, con infinidad de espejitos. Paseamos por las colinas boscosas, las aguas sulfurosas y los pueblos tradicionales antes de llegar a nuestro siguiente destino: Chiang Mai.

 

Chiang Mai

Situada a la orilla del río Ping, Chiang Mai es la capital cultural del norte, al pie de las altas montañas. Fundada en 1296 por el Rey Mengrai, era un punto estratégico del reino Lanna, en la ruta del comercio, que contaba con su muralla y foso. Sufrió las invasiones birmanas y thais pero gracias a sus importantes templos, conservó su fama y auge, siendo la segunda ciudad de Tailandia después de Bangkok, lugar favorito de los turistas.

 

 

 

Visitamos algunos de sus 300 templos: Wat Phrathat Doi Suthep, Wat Chiang Man, el más antiguo con dos veneradas estatuas de Buda y una estupa adornada por elefantes, Wat Phra Singh que data de 1345; Wat Chedi Luang con su inmensa y elegante estupa o chedi dañada por el terremoto del siglo XVI; Wat Suan Dok. Cada uno contiene unas bellas, reverenciadas y valiosas figuras que representan a Buda en diferentes posturas. Los decorados de hoja de oro son finos y espectaculares, los techos inclinados agregan la elegancia a los conjuntos y la paz que en ellos se encuentra invita al visitante a la meditación.

Recorrimos el bazar nocturno donde se encuentran los objetos más relevantes de la artesanía local y visitamos las tiendas de antigüedades, donde unos soberbios budas esperan a ser llevados al occidente.

La porcelana y notablemente Celadón, es maravillosa, las marionetas, los muebles de teca, los objetos de madera adornan las tienditas. Los puestos de comida abundan. Los bailes típicos alegran el ambiente; los tuktuk (taxis-moto de tres ruedas) inflaman el ambiente con su intenso ruido de petardos. Los bares reciben a los extranjeros que vienen a divertirse; intrigas amorosas y amistosas se presentan, una atmósfera de fiesta perpetua adorna a la ciudad que nunca duerme.

Visitamos el pueblo de los Padaungs, conocidos por sus “mujeres jirafas”, a quienes se les mide su belleza por el número de anillos de bronce que tienen alrededor del cuello, insertados desde niñas, agregando más aros, poco a poco, para alargar el cuello. Considerado como un elemento de belleza, cuando una mujer comete un adulterio, se le retiran los anillos, dejándola con la amenaza de fractura en su columna vertebral, que la llevaría a su muerte. En ese pueblo de gente apacible, donde las casas se alzan al lado de los arrozales, las mujeres tejen con el telar de cintura, venden sus artesanías de mimbre o collares.

Los invernaderos de orquídeas ofrecen una gran variedad en género y colores de plantas cultivadas a la perfección debido a la excelencia del clima caliente y húmedo.  

 

 

 

Despedida del país exótico

Finalmente, para gozar del clima y descansar de las visitas y los mercados, llegamos al hotel Four Seasons Chiang Mai, construido en medio de un endiosado arrozal cultivado por los campesinos. Lujosas habitaciones, con sus terrazas abiertas. Las albercas se alojan en medio de los campos, con vista al pequeño laguito adornado por una palapa donde se sirven las cenas románticas. El restaurante domina el escenario, sirviendo lo mejor de la comida tailandesa mientras se goza de una velada típica en uno de los lugares más tranquilos y hermosos del mundo.

Así terminamos nuestro viaje a Tailandia, con ganas de regresar para descubrir los rincones más remotos o los lugares más turísticos como Phuket y sus alrededores, y las ciudades históricas como Ayutthaya.

En maravillosa experiencia se convirtió el navegar por el golfo de Tailandia, disfrutar de la paz de los templos, de la relajación que invade el cuerpo gracias a los maravillosos y famosos masajes tailandeses, gozar de sus playas y de la naturaleza.

Tailandia conserva sus tradiciones en medio de un mundo en perpetuo movimiento, removido por la velocidad del siglo XXI. Es un intrigante lugar de ocio, cultura, paisajes, que sabe seducir con refinamiento.  

 

 

Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney, Four Seasons Koh Sumai, Four Seasons Tented Camp