El Tercer Polo

Una leyenda afirma que antes de la historia el mono vivía con otros animales en el bosque cerca del río Yarlong Yangbo y comía frutos. Pero su estructura corporal y sus hábitos le hicieron irse a las praderas. Caminaba erguido, se cubría el pecho con hojas y comía semillas. Fabricó herramientas de piedra y evolucionó hasta ser el hombre primitivo antepasado de los tibetanos.

Los restos humanos más antiguos del Tíbet datan de 10 mil años A.C., pero hace apenas 2,200 años comenzó a figurar en la historia de Asia. Su epopeya puede dividirse en Prehistoria, la dinastía de 30 reyes, la llegada del imperio Mongol, la del imperio Chino, el Tíbet independiente y su incorporación a la República Popular China.

 

 

 

MONTAÑAS

Las cadenas montañosas mantuvieron aislado al pueblo tibetano, lo cual les permitía el aislamiento ideal para desarrollar su tradición espiritual. La altura media del Tíbet supera los 4,000 metros s.n.m., y comparte con Nepal el Everest (8,848 m.s.n.m.), que ahí se conoce como Sagarmantha (“La frente del cielo”) y en el Tíbet como Qomolangma Feng (“Madre del Universo”).

Las aves que quizá se elevan a más altura sean los gansos ánsares, que vuelan sobre el Everest a más de 9,000 m.s.n.m. Suben rumbo a la montaña hasta donde sus alas se los permiten, buscando una corriente ascendente que les impulse para pasar la cima; si no la encuentran, regresan y esperan otra oportunidad para hacer la travesía.

 

GEOGRAFÍA Y ECOSISTEMA

El Tíbet histórico se extiende 2’250,000 Km2, su elevación promedio es de 4,900 m.s.n.m. y su  población aproximada 6 millones de tibetanos; la Región Autónoma actual abarca 1’228,400 Km2 y su elevación promedia los 4,000 metros.

Los tibetanos llaman a su país “Pho”, palabra que árabes y persas llevaron a Europa como Tibbat y derivó en Tíbet. La tradición considera que colinda con Cachemira al oeste, con China al este, con Mongolia y el Turquestán al norte, y con Nepal y la India al sur. La división política actual difiere de tal demarcación, como se aprecia en el mapa (p. 57).

Al Tíbet se le llama El Tercer Polo, porque guarda casi un tercio del agua dulce del planeta a través de sus enormes glaciares. Su deshielo origina cuatro grandes ríos: Yagntzé, Mekong, Indo y Brahmaputra (6,300, 4,880, 3,180 y 2,900 Km). También forma enormes lagos en la alta meseta, 24 de ellos con una superficie mayor a los 200 Km2; el mayor es el Lago Nam, con 1,961.5 Km2.

 

CULTURA

La cultura del Tíbet es su tradición religiosa. Ahí se resguardó la civilización clásica budista que desapareció de su tierra natal, la India, por su islamización. Entonces el budismo se refugió en el Tíbet, donde aún se conserva.

La tradición tibetana une la autoridad espiritual y la política en manos de una sola persona, por el vínculo que establece entre la espiritualidad y la vida comunitaria. El encargo recae en los Dalai Lama (dalai, “océano” y lama, “gurú”: gurú grande como el océano).

La tradición escrita del Tíbet es abundante. La imprenta Derge conserva 270,000 planchas xilografiadas, algunas muy antiguas, que preservan las enseñanzas de los maestros budistas más venerados. Trabaja desde 1729.

Los tibetanos históricamente han considerado su espiritualidad como su más grande tesoro y han temido, a la luz de lo sucedido a la India, que su apertura implique la pérdida de su cultura. Hoy, como resultado de su circunstancia política y social, la cultura tibetana pasa por un acelerado proceso de cambio.

 

 

IR AL TÍBET

 

Datos oficiales del gobierno chino reportan que el número de viajeros al Tíbet creció en diez años más de 11 veces, un1,126%. El turismo internacional que se interesa en su traición budista o en interactuar con su prodigiosa naturaleza, cuenta con el ecosistema himaláyico, enormemente atractivo. También es visitado por ser un destino exótico, muy alejado, y hay quienes buscan añadirlo a su lista como la joya de la corona.

Los vuelos hacia y desde el Tíbet tienen una peculiaridad. Desde el Continente Americano se vuela sobre el pacífico hacia el poniente, en sentido opuesto a la rotación terrestre para acortar la distancia. Al regreso se vuela sobre el Polo Norte o cerca de él, por ejemplo a New York o Vancouver.

La apertura del Tíbet al viajero internacional se dio a principios de los ochentas, al final del proceso político por el que atravesó. Como sucede con cualquier asimilación cultural, con la globalización llega al Tíbet una modernidad que trastoca sensiblemente la civilización autóctona. Durante esta apertura ha habido lapsos en los que el Tíbet se cierra.

Un cambio radical surge cuando el gobierno chino termina la portentosa obra de ingeniería que es el ferrocarril Qingzang que conecta Xining con Lhasa. Moviliza a más de 5 mil visitantes por día, turistas y viajeros de China que buscan establecerse ahí. Los insumos ya llegan con facilidad a la industria, el comercio, los servicios y el turismo.

 

 

 

 

En los noventas se construyó el Holiday Inn Lhasa, pero la falta de transporte le impedía obtener los insumos necesarios para operar. No pudo sostenerse en la categoría de 5 estrellas, fue cerrado y se convirtió en un hotel mucho más modesto. Hoy operan varias cadenas internacionales y el viajero económico encuentra hoteles pequeños, limpios, funcionales y económicos, tanto chinos como tibetanos.

Quien visite Tíbet jamás lo olvidará. Conocerá su naturaleza, su cultura y su aire. La transparencia de la atmósfera tibetana permite una visión de muchos kilómetros; parece que las cosas están cerca, pero están muy lejos. La ilusión óptica se debe a lo delgado de la atmósfera: a esas alturas el aire tiene muy pocas y la visión adquiere una nitidez que se nota en las fotografías.

Pero quien tenga la inquietud de aprender las técnicas meditativas, los principios religiosos o la cultura tibetana pura, habrá de acudir a una comunidad tibetana fuera del Tíbet. En la India los monasterios ofrecen seminarios de meditación, enseñanzas, retiros, etcétera, actividades que no se dan en el Tíbet. 

 

Herencia Cultural y Patrimonio Vivo.

 

 

Ningún lugar hay en la tierra que se asemeje al Tíbet. Por siglos este rincón del planeta fue protegido de la curiosidad extranjera por un velo de misterio y leyenda. Pocos aventureros emprendieron el difícil y accidentado viaje a lo largo de la meseta Tibetana. Aún hoy en día, sólo unos cuantos llegan a internarse en el “país de las nieves eternas”.

El Tíbet, conocido como “el techo del mundo“, se localiza en el corazón del Asia Central, en la meseta más extensa y alta del orbe. Durante el verano sus llanuras se cubren de pastizales y flores silvestres, mientras que en el invierno todo signo de vida se esconde esperando el calor de la primavera. Su geografía y bellezas naturales hacen del Tíbet una de las regiones más hermosas del planeta.

Parece difícil comprender cómo el hombre puede habitar tan elevadas alturas. Sin embargo, por más de 5,000 años los tibetanos han poblado esta región. Sus vidas, marcadas física y espiritualmente por la dureza de las condiciones del entorno, son inspiradas por un profundo deseo de vivir, un cariño y respeto a la tierra, así como una enorme devoción por su religión y costumbres.

Definitivamente, el aspecto más fascinante del Tíbet es su cultura, la cual se extiende en el remoto pasado y es una interesante y original fusión de religión, política y sociedad.

Desafortunadamente, desde que comenzó a entrar en contacto con el resto del mundo, la gran mayoría de sus tesoros artísticos, literarios y arquitectónicos se han perdido. Con esta influencia, incluso el futuro del particular estilo de vida tibetano parece destinado a cambiar después de siglos de un aislamiento que, a la vez, lo preservaba.

 

 

 

LA MESETA TIBETANA 

El Tíbet histórico se extiende en una superficie aproximada de 2,500,000 Km2, un poco más grande que la República Mexicana. Su elevación promedio sobre el nivel del mar es de 4,000 metros. A esta altura, la transparencia del aire acorta virtualmente las grandes distancias, el cielo presenta un azul profundo, los rayos del sol se proyectan más intensamente y las nubes parecen más cercanas.

El Tíbet se encuentra rodeado por elevadas cordilleras montañosas. Al sur se encuentran los Himalayas, con los picos más altos del mundo, separan esta región de la India, Nepal, Butan y Mianmar. Al oeste las montañas Karakorum, de Cachemira; Pakistán y Rusia. Al norte, las cumbres Kunlums de la China continental.

Al Tíbet se le llama “El Tercer Polo”, por sus enormes glaciares. Es la cuna de los ríos más importantes de Asia: el Bramaputra, el Indo, el Salween, el Ganges, el Yangtze, el Río Amarillo y el Mekong.

Debido a su gran altura, el Tíbet cuenta con climas extremosos. En las montañas azotan vientos glaciales, descendiendo las temperaturas hasta -40 grados; sin embargo, en los valles el clima es agradable y templado la mayor parte del año, como en la ciudad capital: Lhasa.

Dentro de esta enorme extensión territorial, en su mayoría árida, encontramos también climas desde los subtropicales en el este, donde se cultivan arroz, plátano, cacahuate y té, hasta los templados de valles fértiles del centro del Tíbet, que se caracterizan por la producción de papa, cebada, avena, jitomate y maíz.

 

HISTORIA

La historia escrita del Tíbet comienza en el S. VII con el gran rey y unificador Tsong Tsen Gampo, personaje importante en los anales del Techo del Mundo por haber extendido el dominio tibetano hasta las mismas puertas de la capital del imperio Tang chino. También es responsable de haber encomendado la adopción de un alfabeto sánscrito para el tibetano, así como de haber traído el Budismo del subcontinente Indio poco tiempo antes de que éste desapareciera del Industán.

En el siglo XIII, tras cientos de años de expansión cultural budista, los mongoles asumieron la protección del Tíbet, instituyendo en 1578 a Sonam Gyatso como el primer Dalái-Lama, figura oficialmente investida con el poder político y religioso del Tíbet. El título tiene su origen en la palabra mongola “dalái”, océano, y de la tibetana “lama”, que significa gurú o maestro espiritual. 

Con el paso de los siglos, gracias al aislamiento geográfico, al patrocinio real, al impulso civilizador del budismo, así como a la gran disposición del pueblo tibetano, el budismo alcanzó el nivel de desarrollo más importante de su historia. El Tíbet intentó acercarse así al ideal de una sociedad dirigida por reyes filósofos y dedicada en su totalidad al pleno desarrollo personal. Se ha dicho incluso que en los tiempos de su aislamiento, el producto nacional bruto del Tíbet era la iluminación interior.

Durante el prolífero período del siglo VII al XIX se construyeron enormes monasterios, verdaderas ciudades universitarias, las cuales funcionaron como centros comerciales, políticos y culturales, alrededor de los que giraba la vida del pueblo tibetano.

 

 

 

 

 

En 1645, el V Dalái-Lama, Ngawang Lobsang Gyatso, emprendió la construcción de uno de los edificios más famosos del Asia: el palacio del Potala, monasterio, sede gubernamental y residencia de los Dalái-Lamas, con sus más de 15 capillas y 3000 habitaciones. El Gran Quinto, como le llaman los tibetanos por grande y por ser el quinto Dalái-Lama, instituyó un sistema de gobierno que perduró hasta la primera mitad del siglo pasado.

El último de los Dalái-Lamas, Tenzin Gyatso, decimocuarta encarnación del Principio de la Compasión Universal, salió del Tíbet por motivos políticos y vive en Dharamsala, India. 

 

LA GENTE

Cerca de seis millones de tibetanos habitan el Tíbet. La mayoría se dedican a las labores agrícolas concentradas en torno a los fértiles valles irrigados por las aguas y los ríos del deshielo. Otros grupos habitan ciudades como Lhasa, Shigatse o Gyantse, en donde desarrollan actividades comerciales, artesanales o industriales. Finalmente, un importante segmento de la población tibetana está constituida por nómadas dedicados principalmente al pastoreo del yak y la cabra, animales esenciales para la economía del Tíbet.

La etnia tibetana, emparentada con la mongola y la birmana, ha desarrollado a través del tiempo un carácter y semblanza propios. Sus prominentes pómulos, cabello obscuro y gran fortaleza física, así como una misma herencia cultural, religiosa y lingüística, han propiciado a este pueblo un alto y original nivel de civilización.

En los últimos veinticinco años, más de 7 millones del resto de China han llegado al Tíbet, lo que paulatinamente convierte a la población tibetana en una minoría dentro de su territorio. Como consecuencia, las mejores oportunidades de trabajo y los servicios de vivienda y salud han sido destinados a esta nueva población de migrantes internos, que en muchos casos permanecen ahí sólo temporalmente.

 

FAMILIA Y VIDA COTIDIANA

A semejanza del mundo hispano, la familia ocupa un lugar prominente en la sociedad tibetana, siendo la columna vertebral de su modelo de vida. Los niños comparten el hogar con sus padres y abuelos, e inclusive en algunas ocasiones hasta con parientes de segundo y tercer grado. La familia extensa es común en el Tíbet y el calor de hogar es algo que se comparte no sólo con amigos y parientes, sino también con visitantes y peregrinos.

La cocina es sin duda alguna el centro de la vida comunitaria. El rito de la elaboración de los alimentos, las charlas familiares alrededor de la hoguera, así como el extendido consumo del tradicional té con mantequilla de yak, hacen de este sitio la fuente de la alegría y la hospitalidad del pueblo tibetano.

Los niños son considerados importantes miembros del núcleo familiar y todos participan en sus actividades y juegos. Sin embargo, es importante mencionar que comparativamente la mujer tiene un prominente papel en el mundo tibetano, haciéndose cargo de numerosas funciones, tanto familiares como laborales. Probablemente sea acertado afirmar que ninguna mujer goza de tan elevada posición en otras sociedades tradicionales de Asia.

 

 

 

CASAS TIBETANAS

La mayoría de los tibetanos habitan en casas construidas con elementos naturales, de los que aprovechan sus virtudes como la frescura en verano y la conservación del calor en invierno. Estas son edificadas generalmente en las laderas de las montañas, integrando armónicamente su fisonomía con el medio ambiente. Se acostumbra encalar las casas en color blanco, a excepción de puertas, ventanas, y columnas, las cuales son decoradas en brillantes entre los que destacan el rojo, azul, y amarillo. Su madera es ricamente labrada en complejos patrones influenciados por la arquitectura budista, y abundantes y floridos macetones acompañan las ventanas y balcones.

 

TIERRA DE DEVOCIÓN

Los tibetanos son un pueblo profundamente religioso, quizás el más religioso del mundo. Monjes, agricultores, nómadas y comerciantes comparten la fe budista, religión y filosofía que ha transformado la vida en el Tíbet. De ser un grupo de nómadas guerreros, los tibetanos se transformaron en una civilización dedicada a metas espirituales y artísticas, con un profundo respeto hacia la paz y la armonía.

Muchos siglos antes de que el budismo fuera llevado al Tíbet, los tibetanos creían que las fuerzas de la naturaleza eran en realidad espíritus y dioses que debían de ser propiciados y venerados, ideas comprensibles al convivir con las portentosas fuerzas geográficas y climáticas presentes en el Tíbet. Este sistema de creencias fue llamado Bön y algunas de sus prácticas con el tiempo pasaron a formar parte de la tradición tántrica del Tíbet.

El Budismo llegó al Techo del Mundo aproximadamente en el siglo VII. Esta religión fue fundada en India por un asceta, Siddhartha Gautama, conocido como el Buda, nombre que significa “Despierto”. Es decir, quien ha actualizado todos sus potenciales, trascendido sus limitaciones y aprendido a ver las cosas tal cual son. A partir de sus observaciones directas de la realidad, los budistas creen en la reencarnación, el ciclo del nacimiento, la muerte y el renacimiento y el Karma, la ley de la causa y el efecto. Cuando una persona muere se cree que, en dependencia del Karma que ha acumulado, renacerá como hombre, deidad, animal o demonio.

La meta del budismo es terminar con este ciclo recurrente y alcanzar el Nirvana: la cesación del sufrimiento entendido también como estado de suprema felicidad. El Buda enseñó que los hombres podían alcanzar el Nirvana  a través de las prácticas meditativas, la fuerza de la oración, una conducta ética, una actitud altruista hacia el prójimo y la búsqueda de la sabiduría. En ocasiones la religión tibetana es incorrectamente denominada lamaísmo, ya que sus monjes son conocidos como lamas.

 

 

 

 

 

Alrededor de todo Tíbet encontramos los símbolos de la unión de la religión budista y el animismo Bön: montones de piedras denominadas “mani”, inscritas con mantras o invocaciones sagradas, que protegen los pasos de montañas y lugares importantes. Banderas de plegarias colocadas por todas partes del vasto territorio tibetano esparcen con el viento las plegarias del hombre hacia los Budas. Todo templo cuenta con los famosos molinos de plegarias: cilindros inscritos que contienen mantras, los cuales son puestos en movimiento por el viento, el agua o las manos de los devotos.

Los templos tibetanos son resguardados por numerosas estatuas de Bodhisattvas, seres evolucionados en su comprensión del amor y la sabiduría, así como de protectores: seres temibles que representan las fuerzas que destruyen la ignorancia.

El interior de los templos se encuentra impregnado del penetrante olor a incienso y a manteca de yak. Un velo de obscuridad y sombras envuelve sus misterios, ya que la única iluminación disponible es provista por las candelas y lámparas de manteca de yak.

 

 

 

 

Inmensos y coloridos murales cubren sus paredes, estatuas doradas se alinean a los lados de los corredores y las salas de meditación. El altar contiene grandes estatuas de Budas y otros aspectos de la mente despierta. Los devotos circulan alrededor de estos símbolos colocando ofrendas de Khatas: mascadas ceremoniales que depositan en los cuellos o manos de las imágenes. Muchos peregrinos recitan el mantra nacional “Om mani Padme Hum” que significa “Paz, la joya en el loto“. Algunas personas asisten a los templos todos los días con el fin de depositar en ellos ofrendas de mantequilla de yak para las lámparas.

Numerosos peregrinos viajan grandes distancias para visitar los templos más importantes tales como el Jokhang de Lhasa, en donde se encuentra la primera estatua de Buda, traída a estas tierras por una de las esposas extranjeras del afamado rey Tsong Tsen Gampo.

La vida monástica nunca ha sido sencilla. El día empieza antes del amanecer, monjes y monjas se mantienen ocupados con numerosas labores. Algunos se dedican durante largas horas al estudio y a las plegarias, otros trabajan como artistas, artesanos, cocineros, maestros o constructores. Aunando a todas estas actividades sus prácticas meditativas, no descuidan el estudio de sus escrituras ni la recitación de sus mantras.

 

 

 

Cualquiera es bienvenido a los monasterios; los niños ingresaban a los 7 años y las niñas a los 10. Cada familia trata de enviar a un niño a estos importantes centros de estudio, ya que el tener un hijo o hija monje constituye uno de los más altos honores de la sociedad tibetana.

Hasta 1959 el Tíbet contaba con más de 6,250 monasterios, algunos de estos con capacidad de albergar hasta 7,000 lamas a la vez. Los monasterios también desarrollaron y preservaron la cultura tibetana. Los más grandes poetas, artistas, escultores y músicos del Tíbet fueron en su mayoría monjes. Su labor principal era la de realizar labores rituales y guiar a la población a través del difícil sendero del desarrollo espiritual. También algunos de estos cooperaban en el gobierno tibetano conjuntamente con laicos y nobles.

 

DIETA BÁSICA

A pesar de la escasa variedad de la dieta tibetana, los tibetanos son famosos por su gran apetito. Por ejemplo, su especial predilección por el té de mantequilla de yak (Pö Cha), una nutritiva mezcla de té, mantequilla y sal de la cual son capaces de beber más de 40 tazas al día. La mayoría de los tibetanos consumen Tsampa, su platillo nacional. Este cereal, hecho de harina de cebada tostada que se mezcla con mantequilla, té y en ocasiones carne, queso o carne de yak o carnero, junto con el Tsampa, son los platos principales de la mesa tibetana.

 

 

MERCADOS Y CALLEJONES

El bazar de Barkhor se encuentra en la calle principal de la antigua sección de Lhasa. Repleto de numerosas tiendas, conforma un círculo completo alrededor del templo Jokhang. Los vendedores despliegan sus mercancías en mesas o alfombras colocadas sobre el suelo, protegidos del fuerte sol por toldos de tela. Sus mercancías abarcan desde queso, carne y mantequilla, hasta las joyas, libros y estatuas.

Las calles ruidosas y congestionadas están llenas de personas interesantes, peregrinos que caminan hacia los lugares santos haciendo girar incesantemente sus molinillos de plegarias, grupos de nómadas sentados alrededor de una hoguera preparando sus alimentos cotidianos, así como monjes y monjas orando y recitando en hermosas melodías el milenario contenido de sus textos sagrados.

En las últimas décadas la ciudad de Lhasa se ha transformado y crecido considerablemente, a medida de que nuevos pobladores la han hecho su hogar. Avenidas arboladas conducen hacia nuevas colonias, y otras señales de modernidad aparecen por todas partes: discotecas, antenas de radio, antenas parabólicas de televisión, bancos, escuelas y un moderno aeropuerto. Carreteras de terracería cruzan el Tíbet de extremo a extremo, y el encanto de esta milenaria tierra se modifica debido a la fuerza de la modernidad.

El Tíbet es indudablemente una de las herencias culturales y patrimonios vivos más importantes de la humanidad. Todavía es posible encontrar a Shangrila en el techo del mundo.

 

 

Texto: Alfonso López Collada ± Foto: © Getty Images / WIKIMEDIA / SCHN / tibet / Göran Höglund (Kartläsarn)r / Erik Törner