A orillas del mar Caribe, Cartagena de Indias invita a vivir una exquisita aventura a través del tiempo, donde lo colonial y el fulgor del siglo XXI se funden y convocan a conocer esta maravilla, que es el principal destino turístico de Colombia. La muralla construida hace más de cuatro siglos parece conservar el sonido de lejanas batallas y el ajetreo de llegadas y partidas de barcos cargados de mercancías, como si la historia quedara grabada en la piedra. Los rascacielos desafían los vientos del mar y vigilan el centro histórico (conocido como “Ciudad amurallada”), mientras el puerto, el más importante del país, continúa siendo un polo de atracción para el comercio internacional, así como para el turismo de cruceros.

 

 

 

Cartagena era un tesoro que anhelaban los piratas, al compás del vértigo de sus días inciertos; Cartagena sigue siendo un precioso destino que se descubre al ritmo de la champeta, el mapalé, la cumbia y el son, y donde la piel de la gente cuenta la historia ligada a Europa, al continente africano y a diversos sitios de América. 

 

Ciudad de embrujo y leyenda

Cuando se abrió la puerta del avión nos abrazó un calor húmedo, dándonos así la bienvenida y anunciando que habíamos llegado a un lugar vibrante, donde vivir es entregarse al estallido vital. Cartagena de Indias, capital del Departamento de Bolívar, es un fascinante territorio de historias e imaginación.

 Cartagena de Indias es fiel testigo de los sucesos más significativos de la historia colonial, de los hechos de la Independencia y de la vida republicana hasta nuestros días. Su nombre estuvo, está y seguirá estando enlazado con la leyenda y la historia, de la misma manera que unido al folclore, a la cultura y a la política de Colombia, pero hay que destacar que también a la historia de toda Latinoamérica. 

 

 

La historia

Cartagena de Indias era tierra de los calamaríes cuando llegó el primer español en 1503, Rodrigo de Bastidas; fundada en 1533 por Pedro de Heredia, cuando instaló su cuartel en la isla Calamarí y empezó a trazar la ciudad, creando una fortaleza para proteger a los españoles que vendrían posteriormente. El puerto fue cobrando importancia gracias a la protección de este lugar estratégico realizada por los militares españoles, mediante la construcción de fuertes y murallas. Desde la Colonia fue uno de los puertos más importantes de América, fue la referencia más significativa del imperio español en el Nuevo Mundo, especialmente desde donde salían muchas mercancías y oro hacia España.

La ciudad fue asaltada numerosas veces por piratas y tropas extranjeras, por esa razón, el rey Felipe II encomendó la construcción de once kilómetros de murallas y fuertes. Admirable, sigue en pie para recordar el famoso Sitio de Cartagena de Indias por el almirante inglés Edward Vernon en 1741, con ciento ochenta y seis navíos y más de treinta mil hombres. A pesar de esa importante flota, los ingleses fueron derrotados y tuvieron que retirarse tras fracasar el asedio. 

Cartagena declaró su independencia de España el 11 de noviembre de 1811 y siguió adelante a pesar del Sitio, llevado en 1815 por el español Pablo Morillo, durante tres meses, encerrando a los insurrectos en la ciudad, hasta que a fuerza de lucha lograron libertad y victoria. Como en todo el Caribe, muchos esclavos negros habían sido traídos para trabajar las tierras, y en la época que siguió a la Independencia, Cartagena se desarrollaba con esmero, trabajo y orgullo. La vida transcurría pacíficamente, al ritmo de pasión tropical y al son del puerto. El comercio de mercancías intensificaba la vida de la ciudad o las mercancías seguían su curso por el cercano río Magdalena que era la única vía de comunicación con el interior del país. Con el paso del tiempo, Cartagena trascendió el mundo del puerto y es hoy un centro turístico, cultural e industrial de los más importantes.

 

 

Paseo nocturno

La tarde caía sobre la ciudad con el cielo cargado de nubes amenazadoras, aplastando la humedad sobre las calles angostas. Salí del Sofitel Santa Clara con la idea de descubrir el ambiente de la parte histórica de Cartagena, donde se refleja la herencia arquitectónica española. Me sumergí en una de las ciudades más bellas del mundo, descubriendo sus placitas, sus calles adornadas de casonas con balcones o altos ventanales con rejas hermosas. Me subí a la muralla para admirar la puesta de sol cargada de humedad desde una garita de piedra. La gente paseaba para sentir la frescura de la brisa, mientras se encendían las luces de la ciudad para alumbrar la oscuridad naciente. 

De los bares surgían las voces entrelazadas entre sí y con la música. La champeta recorría todos los rincones, esa música típica de Cartagena, que tiene sus orígenes en canciones euroafricanas. De otros lugares llegaba el ritmo de la cumbia, y en la Plaza de Bolívar bailaba un elegante grupo de mujeres y de hombres. Mucha gente es de origen africano, con ese porte que los caracteriza y esa sonrisa que les alumbra la cara. Otros son blancos, de estilo europeo, como recién traídos de España, y muchos son mestizos, llevando en su sangre la historia tradicional de Cartagena. A través de callejones por los que se llega a las plazas, lucían magníficas casonas con sus puertas abiertas, y entreví la historia demorada, y las  terrazas de los restaurantes repletas de comensales.

Me sentía embriagado por el ambiente, alegre por la música e impresionado por la belleza de la arquitectura de cada uno de los edificios. Regresé al Sofitel Santa Clara, atónito por la experiencia que tuve en ese breve recorrido de una ciudad fuerte, de una riqueza cultural y arquitectónica apabullante, de una vitalidad llena de sabores, sonidos y colores.

 

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Descubriendo la ciudad

Después de un sabrosísimo desayuno en el Sofitel, mientras gozábamos de la vegetación selvática en el jardín y de la compañía de los tucanes, salimos rumbo a la Plaza de San Diego, donde los árboles ofrecen una rica sombra y las terrazas de los restaurantes llaman a disfrutar de la buena comida colombiana. 

El ex Convento de San Diego se levanta en una de las esquinas de la plaza, ahí está la iglesia de estilo neogótico y su elegante patio. Construido en 1608, alberga hoy a la Escuela Superior de Bellas Artes, que le da un aire juvenil a la Plaza de San Diego. Siguiendo la calle del Torno, con sus casas de altos ventanales con barrotes, desemboqué en la muralla, observando el Hotel Boutique Bóvedas de Santa Clara, que conserva su hermosa fachada y en cuyo interior predomina un estilo minimalista. Adosada al baluarte de Santa Clara y al bastión de Santa Catalina, imponente fuerte que forma parte de la muralla, se hallan las bóvedas, que cuentan con cuarenta y siete arcos y veintitrés bóvedas. Construidas en 1792, servían para alojar mercancías y han sido utilizadas como prisiones. Actualmente son tiendas en las que se pueden encontrar atractivas artesanías. 

Siguiendo nuestro recorrido, y pasando el imponente Colegio Salesiano San Pedro Claver, nos adentramos en el corazón de la ciudad antigua llena de rincones sorprendentes y de hermosas casonas de balcones adornados con flores. Visitamos la iglesia de Santo Toribio de Mangrovejo, con su sencilla fachada blanca y amarilla, frente al Parque Fernández de Madrid, admirando las casas, los portones y ventanales que lucen barrotes de diferentes estilos. Los balcones constituyen uno de los atractivos cartagineses en todas las calles. 

Llegamos al Convento de San Agustín (final siglo XVI), que hoy alberga a la Universidad de Cartagena. La torre de la Iglesia de San Agustín ostenta un estilo italiano, dando marco a detalles como sus ventanas arqueadas. Las calles eran alfombras para el tumulto de gente, hermosas mujeres de trajes coloridos, vendedores de frutas y todo tipo de tiendas. Muy cerca del imponente convento, se ubica la casa donde vivió Simón Bolívar, una residencia de estilo colonial.

Posteriormente, llegamos al centro más movido, más alborotado, más comercial, dejando atrás las calles tranquilas, caminando por la sombra de los balcones. Alcancé entonces la catedral, lugar majestuoso de inigualable belleza. Se empezó a construir en 1575, y en 1586, cuando sólo faltaba una torre, el pirata Francisco Drake la destruyó parcialmente.  En el año 1612 fue concluida la obra, agregándole una cúpula de estilo florentino. Sus imponentes muros de piedra albergan un austero interior de mármol y madera, la gente acude a rezar. 

 

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El Parque Bolívar, que es el corazón del centro histórico, cuenta con majestuosos árboles y fuentes que refrescan el ambiente. La gente se sienta en las bancas, mientras unos músicos alegran el encantador lugar, unas terrazas permiten disfrutar de bebidas o comer, algunos jugadores de ajedrez inventan encuentros amistosos y, por la noche, bailarines populares brindan un espectáculo típico, mientras unas señoras venden frutas frescas cortadas. En medio de esa vegetación tropical está la estatua ecuestre de Simón Bolívar, como eterno vigilante de Cartagena. Aquí descubrí el Palacio de la Inquisición, de estilo barroco y con espléndidos balcones de madera, y que actualmente es sede del Museo de Historia. Al otro lado del parque deslumbra el Museo del Oro, alojado en una hermosa casona colonial, que guarda fascinantes piezas prehispánicas de fino diseño pertenecientes a la cultura sinú, reconocida en la región por su trabajo hidráulico para controlar las inundaciones. 

Siguiendo el recorrido por diversas calles descubrimos hermosas casas coloniales, como la casa Skanda, la Galería Cano, el Bodegón de la Candelaria, la Biblioteca y el Museo Naval ubicado junto al Baluarte de San Francisco, la Plaza de Armas, hasta llegar a la Plaza de San Pedro Claver, dominada por la imponente iglesia del mismo nombre. La iglesia y el monasterio fueron construidos por los jesuitas en el siglo XVII, la fachada está hecha de piedras coralinas, mientras que el claustro luce una gran cantidad de vegetación. Por su parte, el museo expone unas obras de arte fabulosas. San Pedro Claver fue el defensor de los derechos de los esclavos y sus restos se conservan dentro de la iglesia. 

Del Museo de Arte Moderno emerge una pequeña calle que lleva a la Plaza de la Aduana, a través del impresionante edificio de la Aduana y la soberbia Casa Márquez de Premio Real. Esa casa de estilo colonial data del siglo XVIII y debe su belleza a sus balcones y altos ventanales con barrotes de madera. En esa misma plaza está la casa que fuera de Pedro de Heredia, fundador de Cartagena. El edificio de la Aduana, edificado en 1622, con sus elegantes arcos a través de los que recibían las mercancías, mientras el primer piso, que se destinaba a la tesorería, contabilidad y vivienda de los empleados, está hoy en día ocupado por la alcaldía. El centro de la plaza es dominado por la estatua de Cristóbal Colón. 

 

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Pasando el Baluarte de San Juan Bautista, entré en la Plaza de los Coches, donde se encuentra la estatua de Heredia, a un lado del Portal de los Dulces, que sostiene casas con balcones de colores vivos y abriga a los vendedores de dulces típicos de la región. Enfrente, la muralla perforada por la entrada principal de la ciudad, originalmente hecha de un solo arco. Ha sido transformada con el paso del tiempo, agregándole dos arcos más y la torre de estilo toscano en 1888. Al salir, nos encontramos a la orilla de la Bahía de las Ánimas, rodeada por el moderno centro de convenciones y el Muelle de los Pegasos, con las elegantes estatuas. 

Después llegamos al popular barrio Getsemaní. Ahí encontramos el Convento de San Francisco, imponente construcción realizada entre 1555 y 1560. Durante la visita a su claustro, que hoy funge como colegio, me sorprendió un aguacero como los que caen en el trópico, un diluvio, y agradecí el albergue del edificio. Al salir caminé hasta atravesar la Calle Larga para ir al restaurante La cocina de Socorro y ahí disfrutar de la excelente comida criolla, los mariscos y pescados exquisitos. Finalicé la visita al barrio Getsemaní recorriendo las iglesias de la Trinidad y la de San Roque, además del Parque del Centenario bordeado por elegantes edificios.

Al regresar al centro, descubrí los otros edificios que embellecen a Cartagena: el Convento de Santo Domingo (construido en 1550, con su fastuoso claustro que alberga el Centro de Formación de España, y en cuya iglesia se halla la magnífica imagen de la virgen con una corona de oro y esmeralda), la Plaza de Santo Domingo (con sus animadas terrazas, casas coloniales con balcones y una obra del reconocido artista Fernando Botero, la escultura Gertrudis, que según cuenta la leyenda, el que toca sus senos tendrá largas relaciones amorosas), la Casa del Marqués de Valdehoyos (típica casa aristocrática del siglo XVII, con salones, patios y jardines espléndidos). Siguiendo la Calle de la Factoría, llegué a la muralla y la Plaza de la Merced, con el elegante Teatro Heredia, construido en 1911, que exhibe escaleras y esculturas hechas de mármol italiano.

Terminé mi día descansando en el Sofitel Santa Clara, luego de una exquisita cena de la cocina francesa que ofrece en su restaurante El Refectorio, aunque la noche invitaba a salir por las calles de esa ciudad mágica, escuchar la música que anima las plazas, gozar de los bares y conocer la amabilidad de la gente de la región.

 

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Islas del Rosario

En la mañana tomamos la lancha rápida en el Puerto de Manga, un barrio donde destacan las fastuosas mansiones que surgen entre la vegetación y el Fuerte de San Sebastián del Pastelillo. Al otro lado de la Bahía de Cartagena se perfilan los altos edificios de Boca Grande y Castillo Grande, una elegante zona residencial. Pasamos por la isla de Tierrabomba, donde el Fuerte de San Fernando y el Fuerte de San José en Boca Chica, construidos en el siglo XVII, muestran la típica arquitectura española colonial. Estos fuertes protegían la entrada marítima de la bahía, entre la Isla de Tierrabomba y la Península de Barú. Boca Chica es un pequeño pueblo de pescadores, que ofrece tranquilas playas y restaurantes típicos, mientras se disfruta de ver un paisaje muy amable al observar a unos hombres navegar en pequeñas lanchas.

Después de unos carenta y cinco minutos de navegación, llegamos al Parque Natural del Archipiélago de Nuestra Señora del Rosario, situado a cuarenta y seis kilómetros al suroeste de Cartagena, y compuesto por veintisiete islas de bancos coralinos. Ahí, el agua es transparente, la vegetación es exuberante, hay lagunas internas y un ambiente tropical ideal para relajarse. Nos instalamos en la isla más grande, en el exquisito Hotel Majagua, que combina naturaleza y lujo, en un ambiente de intimidad en medio de la selva. 

Una vez que todo estuvo organizado en el Majagua, fui a bucear. Quería observar los fabulosos fondos marinos de coral y los peces de colores. En busca de aventuras, emprendimos un recorrido muy particular, en esa naturaleza selvática, caminamos bajo los árboles hasta alcanzar el pueblo de pescadores. En kayak, navegamos entre manglares y por tranquilas lagunas con salida al mar. En una de las lagunas vimos extrañas medusas que descansan en el fondo arenoso; en otra, tuvimos que regresar, por la noche, para observar en sus aguas una rareza, un fenómeno de fosforescencias. Fue un día de aventuras inolvidables; a la luz de las estrellas, revivíamos el placer al tiempo que gozábamos de las maravillosas aguas caribeñas. Al día siguiente, regresamos al Sofitel Santa Clara, y cuando ya estábamos alcanzando los rascacielos de Boca Grande una lluvia tormentosa nos sorprendió, justo después de desembarcar en el muelle.

 

 

Sabores románticos y arquitectura militar

El último día de nuestra estancia en Cartagena de Indias lo dedicamos a caminar por sus preciosas calles, en las que la arquitectura evoca escenas románticas. Aprovechamos para descubrir los mejores restaurantes: La Vitrola, El Santísimo, El Claustro de Santa Clara, Juan de Mar, San Pedro, entre otros. 

Para continuar con la aventura de conocer las riquezas de esta ciudad, y como parte de la “Cuarta Maravilla” de Colombia, fuimos al Castillo de San Felipe de Barajas, que fuera el complejo militar más grande de América, alojado sobre una colina a la orilla de la ciudad. Su imponente arquitectura amurallada domina ese punto estratégico, en su tiempo servía para vigilar las invasiones por tierra o por agua. Su construcción duró más de un siglo, comenzó en  1536 y culminó en 1657. Su forma triangular posee cuatro puestos de control y ocho puestos de cañones. Resistió a varios asaltos, destaca el ocurrido en 1741, contra las tropas inglesas del almirante Vernon. Y fue tomado una sola vez, por el comandante francés De Pointis. En 1762 se le agregaron altas murallas en pendiente, imposibles de ser atravesadas, y sesenta y tres cañones, constituyendo una excelente defensa. En síntesis: una fortaleza impenetrable. Desde lo alto del fuerte la vista es dominada por la bahía, la ciudad antigua y, a lo lejos, del otro lado de la bahía, se perfilan los altos edificios de Boca Chica. Ahí exploramos los túneles internos y galerías, y finalmente admiramos el Convento de la Popa, que domina otra colina.

 

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Fantástica desde el aire 

Ya en el confort brindado por Lan, cuando despegábamos pude observar el insólito diseño de esa inmensa bahía que aloja una de las joyas del Caribe. Reviví todo en un solo instante, por mi mente desfilaron imágenes fantásticas: calles rectas y estrechas que enamoran, balcones de madera y  hermosas rejas que convocan a vivir el romanticismo, el retumbar de los cascos de los caballos de las calesas en las que pasean los turistas, las caricias de la brisa cálida, la alegría de su gente. 

El paso del tiempo vuelve más bella a Cartagena de Indias: conserva su centro histórico, declarado Patrimonio Nacional de Colombia (1959) y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco (1984); desarrolla su puerto permanentemente, siendo uno de los más importantes del país; es un famoso destino turístico sin igual, que cada día ofrece más y mejores bellezas como consecuencia de un desarrollo y crecimiento ininterrumpidos. Cartagena de Indias no deja de crecer siglo tras siglo, igual que las leyendas que la vuelven más encantadora. Cartagena de Indias, un llamado a lo extraordinario.

 

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Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney, PROEXPORT Colombia, Getty Images