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El Magno de Francia

En un ostentoso dormitorio en el que predominan las tonalidades rojas y doradas no es difícil imaginarse a Napoleón deambular de un lado a otro, pensativo. De vez en vez se acerca al escritorio que él mismo solicitó colocaran en su habitación; mira sus anotaciones, tacha y vuelve a escribir algo. El águila dorada que corona la cama es testigo de los anhelos de quien sería una de las figuras más renombradas de la historia universal. Pero no siempre reina la inquietud en su dormitorio; a veces se sienta a descansar y los recuerdos llegan a él. Sí, aún recuerda a su padre Carlo Buonaparte, renombrado abogado, descendiente de nobleza italiana, que no poseía mayor fortuna que su esposa Leticia Ramolino y su distinguida belleza; recuerda con viveza a Córcega, la Isla que lo vio nacer un 15 de Agosto 1769. Pero no, Napoleón no sería un corzo cualquiera –algo se lo decía en su interior, quizás era el resultado de los valores nacionalistas inculcados por sus padres, y además, si había un lugar que podía dar un guerrero digno, ese era la Isla de Córcega.

 

 

 

 

 

Hay quienes tienen su camino decidido desde muy jóvenes, y Napoleón es un claro ejemplo. A los nueve años recibió una beca para estudiar en la Academia Militar de Brienne. Testimonios de algunos historiadores hablan de su gran capacidad de liderazgo desde tan joven, su carisma y su sed por ser el mejor. A la edad de 15 años otra puerta se abriría, esta vez fue L’Ecole Militaire en París. Ahí estudió con gran entusiasmo figuras históricas como Alejandro Magno y Aníbal; analizaba sus estrategias y las tomaba de ejemplo. En silencio se estaba preparando uno de los más grandes estrategas militares.

Pese a su brillante carrera académica, Napoleón no había recibido una oportunidad real de ponerse a prueba, hasta que en 1923 llegó su momento de brillar, y qué mejor que en un campo de batalla. El puerto Francés de Toulon fue testigo de la primera victoria de Bonaparte; el oleaje aún cuenta la historia de cómo fue aquella batalla, narra entre las olas y la espuma cómo Napoleón iba al frente sin temor a ser herido. Sabía que debía dar el ejemplo para que sus hombres lo siguieran y así obtener el triunfo, mismo que le daría el título de General de Brigada.

Francia estaba hundida en los cambios sociales y políticos de la época. Este ambiente era propicio para que quien fuera nombrado héroe hoy, mañana podría ser enemigo. En 1795 llegaría otro momento de brillar como sólo Bonaparte lo sabía hacer; protegió la Convención Nacional y con este triunfo “salvó la Revolución”. Desde ese momento Napoleón se convertiría en Comandante del Ejército en Italia. Pero en la vida no todo era batallas y títulos militares, Napoleón también tenía un corazón. O al menos así lo descubrió cuando conoció a su gran amor Josefina Beauharnais, una mujer viuda, poseedora de peculiar belleza que pertenecía a la alta sociedad parisina, y tras un breve noviazgo, se casaron en 1796.

 

 

 

 

Con una magnífica carrera, podríamos pensar que no había más que alcanzar; sin embargo, la naturaleza de Napoleón parecía no tener límite alguno. El siguiente paso que daría dejaría un antes y un después en Francia; era 1799, y tras un Golpe de Estado, Napoleón terminó con el Directorio que fue la última forma de gobierno de la Revolución Francesa, para dar paso al Consulado, siendo él mismo el líder de esta nueva institución. Implementó entre otras cosas un Código Civil y la Abolición del Vasallaje; promovió la tolerancia religiosa y por supuesto dio prioridad a la Educación.

En la cúspide, Napoleón hizo algo que nadie esperaba: en el año de 1804 en Notre-Dame, él mismo tomaría la corona, nombrándose Emperador Napoleón. El pueblo francés se sintió traicionado, y fue éste el inicio de la fase más dura para Francia y su nuevo imperio. En 1809, inevitablemente se divorcia de Josefina, y ella vuelve a Malmaison. Dos años después, en 1811, Napoleón se casaría con María Luisa, Archiduquesa de Austria, con quien tuvo un hijo: Napoleón I, quien recibió el título de  Rey de Roma.

El Emperador Napoleón estaba consciente de que cualquier cosa podía pasar; el campo de batalla, por muy bien que lo conociera, siempre era impredecible. Cegado por su anhelo de poder fue incapaz de imaginarse derrotado. El peor enemigo de Napoleón no era Gran Bretaña o España; su gran enemigo era él mismo. Sin siquiera imaginarlo, cada paso que daría de ahora en adelante sería un paso más a su futura derrota y exilio.

Fue en el año de 1812 cuando una serie de eventos desafortunados llevaría a Napoleón al declive; el invierno en Rusia fue testigo de su derrota tras su fallida conquista. En 1814 terminaría su imperio con una frase que se conservaría aun al paso de los años: “Volveré a Francia cuando las violetas florezcan”,  y sería exiliado a la Isla de Elba, en donde estaría al mando de 1000 y a cargo de la economía de la Isla, pero siempre rindiendo cuentas a un comisario inglés. Pese a su exilio, le llegaban noticias de Francia; Luis XVIII y su mandato no iban nada bien. El pueblo francés estaba demasiado acostumbrado a Napoleón y eso era un punto a su favor, así que regresó a Francia, donde se encontró con varios simpatizantes que sin dudarlo se le unieron. Cuando al fin llegó a París, se encontró con miles de personas que aplaudían y vitoreaban su regreso, pero esto solo significaba que una guerra decisiva habría de ocurrir pronto, y con ella el renacer.

Bélgica, Prusia y Gran Bretaña serían los verdugos de Napoleón; siendo el 18 de Junio de 1815 la gran derrota en Waterloo en manos del Duque de Wellington, militar que se había dedicado al estudio de las estrategias de Napoleón. La batalla fue tan predecible como el duque lo suponía, siendo ésta la última antes del exilio definitivo de Bonaparte a la Isla de Santa Helena, que habría de verlo morir en 1821.

Este es solo un bosquejo de la enorme figura que fue, es y será Napoleón en la historia. Quizás la próxima vez que entres al cuarto que lo guardó en el Château de Malmaison podrás verlo caminar, pensando, planeando, siempre planeando.

 

 

 

 

 

Texto: Teresa Morales ± Foto: : NATIONAL GEOGRAPHIC / NG / WHITE IMAGES SCALA, FIRENZE / ERICH LESSING / NATIONAL GEOGRAPHIC / (C) RMN-GP