Desde Dunedin hasta Milford Sound

En el océano Pacífico, al sur, Nueva Zelanda es una extraña isla compuesta por dos islas principales y varias visitas, donde la vegetación sorprende. En la costa oeste hay una vegetación húmeda que recuerda a las selvas tropicales, pero que crece al pie de los montes nevados. En su centro surgen los lagos con aguas de color jade o turquesa y rodeados de montañas. Los glaciares dominan el escenario dramático, justamente escogido para la película El señor de los anillos. La Isla del Sur, última tierra antes del polo, es un misterio, allí pastan los borregos, los pingüinos gozan de las frías aguas y los estigmas de los mayorías marcan el pasado con arte.

 

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Christchurch
Al llegar a Christchurch, en el mes de septiembre, nos encontramos con fríos vientos, lo que nos estimuló para empezar nuestra navegación más al sur, donde nos esperaba el barco. Christchurch es una ciudad muy agradable, con su río y su catedral, sus edificios de principio del siglo XX y su anticuado tranvía que le da un aire nostálgico. La costa es bastante plana, como lo pudimos comprobar por carretera, hasta llegar a Dunedin.

 

Dunedin
Dunedin es un extraordinario puerto natural en el fondo de la profunda bahía, un auténtico fiordo cerrado por la península Otago, rica en fauna. Fundada por los inmigrantes escoceses (su nombre significa “Edimburgo” en escocés), Dunedin fue la ciudad más importante durante la era del Gold Rush, luego se construyó la primera universidad y ahora es un gran centro universitario con hermosos edificios victorianos del final del siglo XIX. 

Tiene su fábrica de whisky y es una asombrosa ciudad acostada en las colinas. Alojados en The Corstorpshine Alojados en un soberbio palacio victoriano, El Corstorphine, que domina el puerto, lo primero que visitamos fue la península, por la escénica carretera que sigue la orilla del mar. Así, descubrimos el misterioso castillo Larnach, escondido entre la neblina (construido en 1871 por el riquísimo mercader y político JWM Larnach que se suicidó en el parlamento en 1898). El recorrido fue muy gratificante por su hermoso paisaje de pequeñas bahías adornadas con casas.

En la punta, Taiaroa Head, se encuentra el Royal Albatross Centre, donde una importante colonia de albatros llega para anidar en septiembre en ese acantilado,
al pie del cual, las algas danzan al ritmo de las olas.

 

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También encontramos cormoranes y gaviotas y visitamos la playa donde vive una colonia de pingüinos ojo amarillo (conocidos así por sus plumas amarillas alrededor de los ojos).

 

Por los fiordos en El Corstorphine

Zarpamos en El Corstorphine, especialmente preparado para nosotros. Es un barco diseñado para penetrar los fiordos, pero que se mueve de manera drástica en alta mar. Pasando el Victoria Channel, bordeado por verdes colinas coronadas por nubes, admiramos el hermoso y apacible paisaje, las islas y bahías dentro del fiordo, para finalmente alcanzar la estrecha boca del fiordo delimitada por Taiaroa Head. Por la costa este pudimos ver la colonia de pingüinos de ojo amarillo y más adelante una colonia de leones marinos, al pie de los acantilados, antes de descubrir las protegidas bahías delimitadas por el Mount Charles y emprender el recorrido hacia el sur. 

El sol brillaba, el mar estaba tranquilo y alcanzamos rápidamente la zona de los Catlins, esas colinas boscosas que llegan al mar, creando suntuosas bahías una vez habitadas por los cazadores moa. Ahora, muchas de esas colinas sirven de pastizales a los borregos, cuya carne es preparada de manera exquisita en este lugar. El Kaka Point marca el final de la gran bahía Molyneaux, con su pequeño puerto. Pasando la punta Nugget, dominada por su faro, encontramos focas, leones marinos y pingüinos ojo amarillo y pingüinos azules.

Descubrimos entonces una serie de bahías (Caníbal, Surat y Jack’s bay con su hoyo soplador, donde el mar surge al aire), alternando con desoladas playas de arena blanca y acantilados, el pequeño pueblo de Papatowai, al pie de los Catlins que alcanzan 700 m de altura, en la boca del río Tahakopa que sale en la bella bahía del mismo nombre. La costa es hermosa y unos delfines nos acompañaban muy a menudo en el tranquilo mar. Observamos la Catedral Caves, accesible solamente con marea baja, la profunda bahía Porpoise, navegable sólo con pequeñas embarcaciones, y pasando Slope Point, el punto más sureño de la isla, llegamos a Waipapa Point, donde en 1881 el SS Tararua naufragó y sólo sobrevivieron 20 de los 151 pasajeros que llevaba. Aquí se marca el final de los Catlins y limpieza un paisaje plano, con muchos pantanos. Finalmente entramos en la bahía de Invercargill, la pequeña ciudad más sureña del país, un centro importante para los granjeros y nuestro punto de anclaje para la noche.

 

 

 

Al día siguiente
Seguimos nuestro recorrido hacia el oeste, pasando la playa de Colac Bay, famosa por el surfing. La costa empezaba a subir ligeramente para formar los bellos acantilados de la bahía Te Waewae. Vimos delfines y una ballena a lo lejos, mientras se perfilaban las inmensas montañas que caen al mar, parte del Fiordland National Park, cuyo pico más elevado, Tutoko (2746 m) delimita el Milford Sound. 

 

Navegando en el Milford Mariner
En el sur la costa impresiona por los acantilados cubiertos de bosque con helechos y musgo, y pasando la hermosa playa Bluecliffs el mar se vuelve más rudo. Después de seguir ese extraño paisaje, que parece ser el borde del mundo, dejamos el Pacífico para penetrar en el Mar de Tasmania y empezar a descubrir los primeros fiordos: Preservation Inlet, una serie de entradas entre las montañas. 

Para entonces, el cielo estaba cargado de nubes, una fina lluvia caía, la nieve se depositaba sobre las cimas. Pasamos uno de los fiordos más profundos, Dusky
Sound, que no pudimos explorar porque la lluvia era muy cerrada, pero ese fiordo es muy conocido por la gran cantidad de islas que tiene. Seguimos nuestra navegación con olas suficientemente fuertes para mover el Mariner como si fuera una nuez y, al atardecer, cuando el sol alumbraba las paredes de los acantilados, penetramos en el Doubtful Sound, encontrando finalmente unas aguas tranquilas. Había sido un día muy rudo, desafiando
el mar, mientras seguíamos una hermosa costa cubierta de bosque.

 

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Desde las cimas hundidas en las nubes, las cascadas recorrían las laderas de las montañas que forman el fiordo, la lluvia había cesado, unos pingüinos de copete regresaban a sus nidos y nos acompañaban varios delfines de nariz de botella. Ese fiordo fue descubierto y nombrado por el capitán Cook en 1770, pero no quiso explorarlo por la falta de viento, que le inspiraba el temor de no poder salir de allí. Aquí caen seis metros de lluvia al año y por esa razón, más las cascadas, una capa permanente de agua dulce cubre el agua salada, lo que permite una filtración de los rayos solares y provoca el crecimiento a poca profundidad del coral negro y otros organismos de gran hondura. Nos anclamos en la playa Malaspina y exploramos las boscosas riberas en kayac. Las nubes cubrían las cimas, el fiordo se llenaba del ruido de las cascadas que caían desde grandes alturas y del grito de las focas que salían del agua. Es un lugar impresionante que transmite una paz surrealista.

 

Hacia el norte, hasta el puerto de Milford
La mañana nos despertó con nubes y cuando salimos del fiordo las olas nos esperaban, tranquilas y arrogantes. Siguiendo nuestro recorrido hacia el norte, encontramos el mismo paisaje de montañas cubiertas de una extraña vegetación donde abundan los helechos. Y siguen los fiordos: Thompson, Nancy, Charles, Caswell, George, Bligh, Sutherland Sounds, como si fueran misteriosas cortadas creadas por un gigante que reta a las montañas. Las vistas son espectaculares y la costa es una sucesión de cabos que delimitan esas entradas de manera soberbia.

 

 

Finalmente apareció el pico Mitre (1692 m), que marca la amplia entrada del Milford Sound, ese fiordo de 22 km de largo que nos recibió con sus aguas tranquilas, las nubes coronando las cimas y las cascadas rugiendo en esas paredes rocosas. El capitán del Milford Mariner conoce perfectamente ese fiordo porque es su base, nos enseñó sus bellezas y secretos y se aventuró hasta que el agua de las cascadas cubrió la punta del barco. El paisaje es suntuoso, el más impresionante de todos los fiordos que habíamos visto hasta ese momento, con esa gran variedad de cascadas, su bosque habitando las laderas, sus impresionantes acantilados. Finalmente llegamos a nuestra meta, en el fondo del fiordo, el pequeño puerto de Milford, con mucho movimiento debido a los numerosos visitantes que embarcan para un recorrido de dos horas.

 

Te Anau
Nuestro coche estaba por llegar, y después de despedirnos del Mariner, pequeño barco y gran navegante, admirado por su bravura entre las olas del Mar de Tasmania, que acabábamos de enfrentar, nos dirigimos hacia Te Anau. El escenario es magnífico, como salido de un cuento, donde en cada árbol puede haber un duende, donde seguramente los fantasmas se esconden en ese intenso bosque que parece selva tropical, con sus helechos arborescentes y su musgo, donde las montañas se cubren de nieve en las cimas y parecen ser los castillos de algún legendario caballero. Unos extraños pericos (Kea) habitan ese lugar tan helado, donde la nieve no baja más de una cierta altura, dejando el paso a esa jungla fría. Pasando el pueblito y el maravilloso lago Te Anau, donde las montañas se reflejan en sus aguas tranquilas, después de 25 km de carretera de tierra llegamos a un lugar de paz: Takaro Lodge.

 


En Takaro Lodge
No es un hotel común, es regido por el Feng Shui, con sus elementos y su spa nos invitó a vivir un día completo de relajamiento, masajes y excelentes comidas después de las caminatas por el bosque. Nuestro camino nos llevaba por la carretera central hacia el norte y al llegar a Kingston apareció el espectacular lago Wakatipu, un verdadero espejo donde se reflejan las montañas. Es el paisaje romántico, con la animada ciudad de Queenstown, el tranquilo pueblo de Glenorchy, las cimas nevadas de más de 2000 m de altura. El Eichardt’s Hotel, en Queenstown, o el Matakauri Lodge son el punto de partida ideal para todo tipo de actividades, como esquiar, caminar por las montañas, bungy jumping, explorar el lago en lancha rápida, rafting en los ríos cercanos, disfrutar del lago en canoa, gozar de la vida nocturna y de la buena comida de Queenstown. Nuestra última escala era el Mount Cook, el pico más elevado de Nueva Zelanda, que culmina a 3755 m, rodeado por muchos glaciares.

 

Desde Queenstown hasta el pie de Mount
Cook es una sucesión de lagos, praderas y montañas, y cada vista es más hermosa que la anterior. También encontramos un lugar de ensueño en el Matuka Lodge, donde las montañas nevadas se reflejan en el laguito.

 

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Los glaciares desde el aire
Llegando al pequeño aeropuerto de Mount Cook nos instalamos en la avioneta que piloteaba Nick y apenas despegamos tuvimos suntuosas vistas que nos llenaron de placer. Sobrevolamos los montes nevados, donde la nieve parecía inventar elegantes manteles adornados por extraños pliegues, y los glaciares lucían
sus arrugas y tonos azules, donde los valles grises marcaban la elegancia de esos picos que deslumbraban con esa blancura impecable. Es un mundo magnífico y la emoción culminó al aterrizar sobre el glaciar Tasman, donde el hielo tiene 600 m de grosor y se mueve hacia el lago Pukaki. El sol reflejaba su propia imagen en el hielo y la nieve, la escena de esa avioneta y nosotros sobre la nieve era irreal.

 

Nueva Zelanda, reserva natural en el Polo Sur
Nuestra última etapa fue Grasemere, un espectacular rancho-lodge cerca de Arthur’s Pass, donde pudimos admirar borregos y venados, y descansar mientras disfrutábamos de la excelente cocina, antes de emprender el camino de regreso hacia Christchurch. Nos encaminábamos hacia Australia.

Nueva Zelanda nos había recibido con la majestuosidad  de sus paisajes, donde las montañas encuentran el mar, los fiordos sorprenden por su belleza y la grandeza de sus cascadas. Las colinas de la costa este son una aventura de paz, los glaciares impactan por su misteriosa atmósfera.

Nueva Zelanda es el paraíso del mundo, una reserva natural a la puerta del Polo Sur, un paisaje encantador como escapado de los más maravillosos cuentos que pueden habitar la imaginación del ser humano.

 

Takaro
Un spa diferente para descubrir su paz interna

Takaro, rodeado por miles de hectáreas de bosque natural, se encuentra a unos 30 km de Te Anau, al sur de Nueva Zelanda, accesible por carretera o  helicóptero. En ese hermoso valle, digno de los más fabulosos cuentos, la vista de los picos nevados del Kepler Range es una imagen de leyenda y Takaro es el primer Luxury Peace Resort que ofrece a sus huéspedes una exclusiva experiencia de paz interna.

• Chalet de elementos: Son cinco chalets de dos suites cada uno, y representan los cinco elementos. Diseñados por un experto reconocido del Feng Shui, con su atmósfera única y relajante.

• Spa: Auténtico espacio de salud, cubierto de vidrio, con su alberca, jacuzzi, sauna y vapor. El estrés desaparece al gozar de ese entorno con una vista excepcional.

• Masaje: Miles de años de conocimiento oriental han sido refinados y pulidos para ofrecer masajes revitalizantes y sentir una nueva energía en el cuerpo y un balance de elementos. Se proponen masajes con uno y hasta con cinco masajistas. 

• Cocina: Refinada y gustosa, utilizan productos orgánicos producidos en Takaro, y el maravilloso chef inventa los sabores más originales. 

• Actividades: Un experto en paz interna puede diseñar un programa para cada huésped. Té de hierbas, caminatas en el bosque, bicicleta, pesca, visita a la región en helicóptero, avioneta, coche o barco. 

Takaro es una de las experiencias más excepcionales del mundo, un lugar donde reina la paz y en el que se halla la serenidad del cuerpo y del alma. Cercano a los escenarios más espectaculares de Nueva Zelanda.

 

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Grasmere Lodge
Toque aristocrático 

En las tierras altas de Nueva Zelanda, a 7,000 mil pies de altura (2,133 metros), se localiza en un valle de ensueño, un verdadero paraíso de nombre Grasmere. Se trata de un rancho excepcional, rodeado de montes nevados, donde su casa principal exhala un toque de aristocracia, refinación y elegancia.

Grasmere Lodge tiene una cocina refinada donde se sirve con elegancia. El desayuno se disfruta en el lounge, cerca de las habitaciones, al borde de un hermoso laguito. Un ejemplo de sus habitaciones es un magnífico chalet con vista al valle y a las más 1500 acres, que conforman la propiedad.

Con su anfitrión, Tom Butler, dueño también del lugar, visitamos la propiedad que cuenta con dos dos gran- des lagos, la vía de tren con su propia estación, los hermosos pastorales y su enorme piscina.

A poca distancia encontramos las mejores pistas para esquiar, los ríos y lagos para pescar, los paseos en helicóptero o avioneta sobre los glaciares, campos de golf y unas hermosas caminatas en el parque nacional de Arthur's Pass, para observar fauna y flora.

En Grasmere es posible observar a la madre naturaleza en todo su esplendor, pasear entre animales de la granja, caminar por los senderos que invitan a la reflexión, paz y armonía, un tesoro de la Isla del Sur de Nueva Zelanda.

 

 
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Info

Takaro Peace Resort

PO Box 225, Te Anau

Km 5 carr. Te Anau-Queenstown

Nueva Zelanda

T 64 3 249 11 66

F 64 3 249 11 89

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

www.takarolodge.com

 

State Highway 73

km 120, Nueva Zelanda

T 03 318 84 07

T 1 800 24 27 64 64

F 03 318 82 63

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

http://grasmere.co.nz

www.thecharminghotels.com

 

 

Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney