Una aventura milenaria Origen y diversidad únicos

Cuenta el relato que antes, la tierra la habitaba un único ser, un artesano muy inteligente llamado Ratovona. Este hombre de gran capacidad inventiva pasaba su tiempo haciendo cosas con pedazos de madera y arcilla. Para no estar solo, creó una gran variedad de figuras de arcilla a su imagen y semejanza. Un día, Zanahary (el creador en la religión popular malgache) bajó a visitarle y, tras una discusión filosófica, la deidad le dio aina (vida) y fanahy (alma y espíritu) a las siluetas de barro que había esparcidas por todas partes. No tardaron en moverse, y se convirtieron en seres humanos vivientes; luego, Ratovona les dio la sabiduría y el conocimiento. Finalmente Zanahary añadió: tú te quedarás con el cuerpo que has creado y yo recogeré su aina y fanahy.

Dicen que por eso, cuando los hombres mueren, tanto el aina, como el fanahy van al cielo para encontrarse con Zanahary, mientras que el cuerpo queda en la tierra porque ha sido creado a partir del barro.

Así es la cosmovisión que relata la historia de Ratovona y los primeros hombres, de la etnia merina, del pueblo Antananarivo, actual capital de Madagascar. Ésta es la mayor isla de África y la cuarta más grande del mundo.

 

 

 

Llamada por los primeros exploradores “el continente perdido”, acoge la más amplia diversidad de flora y fauna endémicas del planeta. Debido a la separación de esta isla, con tierra continental, desde hace más de 12,000 años, las especies que ahí habitan evolucionaron de manera única.

Los vestigios de los primeros habitantes de esta gran isla datan de la segunda mitad del 600 d.C., investigaciones realizadas el siglo pasado establecen la teoría de que hacia el siglo III los primeros navegantes malayo-polinesios atravesaron 8,000 kilómetros de océano y arribaron a la costa africana, hecho que se repitió en el siglo V. Esto provocó una mezcla con las etnias africanas, misma que dominó; de ahí que su lengua sea magalache y no bantú –la lengua de los pueblos más próximos del continente africano–. En el periodo comprendido entre los años 1301 a 1450, comerciantes árabes, comoranos, yemenitas y somalíes establecieron puertos en la región norte de la isla, los cuales fueron destruidos con la llegada de los portugueses guiados por el conquistador Diogo Dias; sin embargo, al no hallar oro ni marfil ni especias, los lusitanos perdieron interés en la isla.

 

 

Antananarivo

Hablar de Antananarivo es referirse a las tierras altas centrales situadas entre dos pintorescas colinas a 1,000 metros de altitud; estas representan las tres cuartas partes de la superficie de Madagascar. En ellas viven los merina, la etnia que unificó el país en el siglo XIX. Estos territorios son un compendio de colores, tal como se expresa en la bandera malgache: el blanco del arroz, el verde de los arrozales y el rojo de la tierra. Sus múltiples y acogedores parques, naturaleza magnífica y terrazas de arrozales la convierten en la ciudad más colorida y atractiva de la isla; mientras que sus palacios, de cuentos de hadas, y museos, la hacen incomparable para los viajeros dispuestos a disfrutar de la belleza casi mítica que resguardan los edificios antiguos.

 

 

 

Por otra parte, un paseo por los más de 20 mercados y plazas comerciales merecen una atención especial, pues para los buscadores de reliquias son la mejor opción. El más popular de ellos está en la avenida de la Avenue de l’Indépendance, situada en el corazón de la ciudad baja y que sale de la estación de Soarano, recuerda los tiempos de la colonización francesa con sus bonitos edificios de grandes pórticos. Recientemente remozada, la Avenue de l’Indépendance es una sucesión de bancos, hoteles y tiendas; además de ser reconocido como uno de los mercados más grandes del mundo. El viajero encuentra en este sitio una romería donde se venden y subastan desde joyas, hasta comestibles, siendo los prescindibles la ropa, el calzado y los suvenires que atraen al turista. Para quienes buscan hacer un día de compras más formal, están los barrios de Analaqueli, Andruvuhangui, el mercado de las Flores y el centro nacional de artesanías.

 

 

En materia cultural, el teatro Hira gasi es donde se presentan los mejores conciertos; reconocidos artistas de Malasia participan en perfomance de danza, poesía, música y teatro, con representaciones únicas y apasionantes. Entre construcciones arquitectónicas y monumentos históricos hay que destacar el conjunto de palacios Rova Ambohimanga, recinto arqueológico situado a 40 kilómetros de Antananarivo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001; está formado por los Sepulcros de los Monarcas y las ruinas de la ciudadela real, así como el palacio del Presidente; diversos lugares sagrados donde acuden muchos peregrinos, entre ellos la mezquita Antuhumadinika.

Las construcciones del Museo de Arqueología y el estadio Mahamasina cuentan una historia peculiar y llevan al visitante a rememorar los pasajes vividos en siglos anteriores. Construida sobre la colina más alta de Antananarivo, la ciudadela real alberga desde el siglo XVII las sepulturas, los templos y los palacios de la monarquía merina. Desde 1995, fecha en la que un incendio intencionado arrasó este símbolo de poder, el Rova se mantiene en restauración.

 

 

 

 

Los distintos miradores nos brindan magníficas vistas, siendo una de las más hermosas la de las plantaciones de arroz de Tana.

Los que aman la naturaleza pueden visitar los alrededores y pasear en la zona premontañosa, subir a las colinas altas y observar los arroyos montañosos de belleza excepcional.

Los palacetes esparcidos en las tierras altas hoy son refugios naturales que dan abrigo a una gran diversidad de especies silvestres. Tal es el caso de la antigua propiedad en la que viviera la reina Ranavalona, cercana al lago Alarobia, los naturalistas se asombran al admirar diversos tipos de garzas, garcetas y martín pescador, que revolotean por este oasis situado en plena ciudad.

El parque privado de Tsarasaotra es un hábitat Ramsar apoyado por el WWF.

 

 

 

 

 

La colina azul

La ciudadela de Ambohimanga, que significa la colina azul, declarada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), Patrimonio de la Humanidad, alberga los palacios y fortificaciones de las últimas dinastías de la monarquía Merina. Se trata de una fortificación y necrópolis de la realeza, situada a 20 km de Antananarivo, ciudad capital de Madagascar,  y se conserva como un ícono de la cultura Imerina debido a que fue residencia de esta dinastía. Asimismo, esta localidad se reviste de un carácter sagrado y estrechamente vinculado al sentimiento de identidad nacional; este sitio es objeto de veneración entre la población desde hace unos cinco siglos y sigue siendo, hoy en día, un lugar de culto al que acuden peregrinos de toda la isla de Madagascar y otras partes del mundo. Una peculiaridad es que tiene la única muralla del mundo construida con cáscara de huevo.

 

 

 

 

Palacio de Andafiararatra

Utilizado como cuartel, tribunal, escuela de bellas artes y residencia oficial, hoy alberga las colecciones artísticas del Rova, como objetos reales, cuadros y joyas, entre otros. Se trata de una impresionante fortaleza construida en 1872 para Rainilaiarivony, quien fuera primer ministro de Madagascar de 1864 a 1895, sucediendo a su hermano mayor Rainivoninahitriniony, quien había ocupado el cargo durante trece años. Su carrera refleja la de su padre Rainiharo, un militar de renombre que se convirtió en primer ministro durante el reinado de Ranavalona I. A pesar de una infancia marcada por el ostracismo de su familia, cuando era joven Rainilaiarivony fue elevado a una posición de gran autoridad y confianza en la corte real, sirviendo junto a su padre y hermano. Él codirigió una expedición militar crítica con Rainivoninahitriniony a la edad de 24 y fue ascendido a comandante en jefe del ejército tras la muerte de la reina en 1861.

En esta posición, supervisó continuos esfuerzos por mantener la autoridad real en las regiones periféricas de Madagascar y actuó como asesor de su hermano, que había sido promovido a primer ministro en 1852. También influyó en la transformación del gobierno del reino de una monarquía absoluta a una constitucional, en el que el poder se comparte entre el soberano y el Primer Ministro. Rainilaiarivony y la reina Rasoherina trabajaron juntos para deponer a Rainivoninahitriniony por sus abusos de poder en 1864. Al tomar el lugar de su hermano como presidente del Gobierno, Rainilaiarivony se mantuvo en el poder durante los siguientes 31 años al casarse con tres reinas en la serie: Rasoherina, Ranavalona II y Ranavalona III.

Como primer ministro, Rainilaiarivony buscó activamente la modernización de la administración del Estado, con el fin de fortalecer y proteger a Madagascar en contra de los designios políticos de los imperios coloniales británico y francés. A pesar que lo tenía en alta estima, la autoridad colonial francesa depuso al primer ministro y lo exilió a la Argelia francesa, donde murió menos de un año después, en agosto de 1896.

 

 

Árbol madre de la humanidad

Los baobabs, literalmente Madre de la Selva, son árboles majestuosos, multiformes, imponentes que se alzan solitarios en el monótono paisaje de la sabana, se extienden por toda el África subsahariana. Su longevidad, con frecuencia milenaria (se han datado baobabs de más de 3,000 años), los hace presentes en los relatos de la creación del hombre; alcanzan los 30 metros de altura y su tronco llega a medir hasta 14 metros de diámetro.

En África se encuentran seis de las siete especies de baobabs (la otra crece en Australia); el único en su tipo es la adansonia grandidieri, propia de Madagascar, famosa porque da vida a la impresionante “avenida de los baobabs gigantes” de Morondava.

 

 

En la mitología Nuer el baobab es considerado el árbol-madre, hecho que el naturalista estadounidense Peter Matthiessen recoge en una de sus narraciones de 1972: “Un gran baobab que sobresale con fuerza, como una raíz antigua de la vida, entre los pastizales que se extienden hasta el horizonte“. Su fama posiblemente deriva de su capacidad de almacenar agua (más de 6,000 litros), lo que lo convierte en una fuente de agua durante la sequía, factor que permitió la expansión de los pueblos nómadas por las zonas más áridas de África. Además, las mujeres recogen las semillas del árbol, ricas en proteínas y grasas, con las cuales hacen harina y posteriormente cocinan diversos platillos; las hojas frescas se comen como ensalada, y la corteza los abastece de calcio y fibra para elaborar cuerdas y redes.

Adicionalmente, el árbol de la vida genera provisiones extra, pues de los panales de abejas que se instalan en los troncos y ramas la tribu se surte de miel; también, atraen a criaturas nocturnas como los murciélagos y gálagos (pequeños primates) que polinizan sus flores. Sin embargo, algunos pueblos consideran que estos animales atraen a los espíritus, por lo que creen que los baobabs son las casas de las almas de sus antepasados.

 

 

Inspiración enigmática

El callejón de los baobabs es un corredor que se extiende en el camino que va de Morondava a Belon’i Tsiribihina, en la región de Menabe, al oeste de Madagascar; es famoso en el mundo por el impactante paisaje que atrae a viajeros de todo el planeta, convirtiéndolo en uno de los lugares más visitados de la región. Esta área de conservación en 2007 comenzó bajo el estatus temporal de reserva protegida, como un esfuerzo por parte del Ministerio de Medio Ambiente, Aguas y Bosques.

Los árboles renala, que en lengua malgache significa la madre de la selva, son un legado y recuerdo de los densos bosques tropicales que alguna vez prosperaron en Madagascar, muchos de los cuales tienen cerca de 1,000 años de vida; sin embargo, a pesar de los esfuerzos de conservación de este, considerado  monumento nacional viviente de Madagascar, no tiene el carácter de parque nacional, por lo que los árboles se ven amenazados por la deforestación que generan los campos de arroz y plantaciones de caña de azúcar, además de los incendios forestales. A pesar de su popularidad como destino turístico, la zona no tiene puertas o costos por visitas y por lo tanto los residentes locales reciben pocos ingresos del turismo.

Este árbol sagrado, signo de fortaleza y prosperidad para los malgaches, tiene un aspecto enigmático e invita a liberar la imaginación, tal como lo hizo Antoine de Saint-Exupéry, quien convirtió al baobab en uno de sus protagonistas en su obra maestra El Principito.

 

 

La leyenda del continente perdido

Hablar de Madagascar lleva implícita la leyenda de Lemuria, el continente perdido. En 1860, William Thomas Blanford, un geólogo y naturalista inglés, encontró similitudes entre los tipos de rocas presentes en el sur de África y la isla de Madagascar, con el sur de la India. Las rocas correspondientes al Pérmico eran prácticamente idénticas en ambos continentes alejados por más de de 5,000 km; después de diversos estudios más profundos, teorizó sobre la posible existencia de una conexión terrestre –hoy desaparecida– que unía ambos continentes. Fue la misma época en que el biólogo darwinista Ernst Heinrich Häckel buscaba una explicación a la presencia de lémures de similares características tanto en Madagascar como en Asia.

Al enterarse de la teoría de Blanford, la tomó como explicación de cómo dos especies tan similares evolutivamente estaban tan lejos en el espacio. Cuatro años más tarde de la primera teoría de Blanford, el zoólogo Philip Lutley Sclater sugirió el nombre de Lemuria para este hipotético puente de tierra entre ambos continentes, nombre que mantuvo durante el paso de los años.

 

 

 

La teoría de Blanford, Häckel y Sclater explicaba cómo este puente de tierra habría sido un antiguo continente, que por los efectos de terremotos y otros desastres naturales había terminado sumergido bajo las aguas de los océanos. Con ello conseguían explicar las similitudes geológicas, así como teorizaban sobre un antecesor de los lémures de Madagascar y Asia que habría poblado este continente perdido, manteniendo como válida la Teoría de la Evolución de Darwin.

La historia y misticismo de Lemuria provocó que surgieran teorías más profundas sobre el continente perdido; incluso historias asombrosas como la que Madame Blavatsky dejó en 1875, en su obra literaria Dzyan, en la cual había gran cantidad de nuevos mitos supuestamente rescatados de los anales de la historia.

 

 

 

Expreso Malgache 

Una forma de conocer Madagascar y disfrutar a plenitud, desde los impresionantes paisajes de sus Tierras Altas hasta la majestuosidad de sus costas, es realizando un recorrido a bordo del Expreso Malgache, que desciende desde Fianarantsoa hasta la costa de Manakara.

Esta locomotora que se encontraba un poco olvidada, actualmente representa una de las mejores opciones para entrar en contacto con la naturaleza y la gente local. El tren es parte de la “herencia blanca”, como le dicen los lugareños al legado que dejaron las dinastías monárquicas, así como a la modernización que se presentó en la isla durante el siglo XIX. El Expreso nació originalmente como transporte de mercancías y aunque ahora su actividad como transporte turístico es la que permite que siga en funcionamiento, conserva parte del propósito con que fue concebido, pues además de unir a una gran cantidad de comunidades que de otra manera quedarían aisladas, sirve para dotarlas de mercancías básicas para su subsistencia y es el intermediario comercial entre ellas.

 

 

 

 

El viajero que se dispone a realizar el recorrido del Expreso Malgache debe estar consciente de que la velocidad no importa y considerar que se trata de un medio de transporte que es más histórico que moderno, pues resulta lento en su arranque.

Una vez en marcha, el tren se desliza lentamente por los arrozales de las tierras altas; en algunas estaciones las paradas se demoran más de una hora, pues en los vagones de mercancías hay gran actividad: descargan y cargan a mano –es sorprendente la gran cantidad de plátanos que se transportan–.

El ambiente alrededor es el característico de todas las comunidades lejanas de los grandes distritos, pues los pobladores se aglutinan a los costados del tren ofreciendo sus mercancías: frutas, bebidas, bocadillos, o en espera de algún obsequio por parte del viajero.

 

 

En su marcha cuesta abajo, la máquina ahora sufre para frenar, pero a cambio le regala a sus pasajeros una magnífica vista de la selva y las llanuras cercanas al mar. Poco a poco la locomotora se adentra en la jungla y en las primeras paradas el tren suele llenarse de pasajeros locales, principalmente; con el transcurso del recorrido irá perdiendo pasajeros. Los últimos kilómetros del viaje, cerca del aeropuerto, transcurren a la par de la puesta del sol, lo que significa disfrutar de un colorido horizonte hasta encontrarse con Manakara.

Para construir el ferrocarril se emplearon más de 5,000 obreros chinos, muchos de los cuales padecieron de malaria y disentería, mermando la mano de obra, lo que provocó que la construcción de la infraestructura ferroviaria, que inició en 1925, tardara más de 10 años en finalizar completamente; incluso hubo quienes decían que jamás se conseguiría que el tren atravesase la jungla.

Aunque el turista se puede sentir seguro al realizar un viaje por estas latitudes, cabe considerar que los ministerios de relaciones exteriores de algunos países europeos, recomiendan a sus ciudadanos evitar visitar algunas regiones en el sur de la isla por hechos violentos que ocurrieron en el pasado.

 

 

 

 

 

 

Texto: Ana María Morales ± Foto: Office Nationale du Tourisme de Madagascar / NETDNA / MDG ST / AFRICAN FUSION / APS / WPS / TOURISME EN AFRIQUE / WPD / NANCY RODRIGUEZ / MARIUSZ KLUZNIAK / YIMG / Flickr / OMS / MY PHOTO DUMP/ BEATMOND / THE STATE / TF SMITH / AMAZONAWS / VP / ELIAS CR / MARIUSZ KLUSNIAK / TOURISM ST