El legado árabe de Andalucía

Por los senderos de la tierra del sur, por los montes sembrados de torres y alcazabas, por ríos y mares, descubrimos la Andalucía de hoy, antes surgiendo de la de antes, de la que fuera una potencia económica y cultural árabe. Aparecen los personajes famosos como Avicena, Averroes, Maimónides… Descubrimos ciudades brillantes como Sevilla, Cádiz, Córdoba, Jaén o Granada, con palacios deslumbrantes como la Alhambra, Medina Azahara, el Alcázar y el Gibralfaro de Málaga, y disfrutamos de un recorrido que lleva a descubrir una Andalucía que palpita en la esencia de los vestigios de ese glorioso pasado del reino Al-Ándalus.

 

 

Sevilla, bajo la sombra de la Giralda

Empezamos la aventura con nuestra lancha anclada en la pequeña marina del río Guadalquivir (Oued el Khbir, el gran río) al pie de la Giralda, el minarete de la gran mezquita Aljama. Lujosas casas encierran patios y jardines bien cuidados. El Alcázar fue palacio desde 713, épocas en las que la Torre del Oro vigilaba el comercio que llegaba por mar. En los tiempos remotos de los romanos se llamó Hispanis, y fue rápidamente cristianizada y luego conquistada por suevos y visigodos. Conquistada por los musulmanes en 712, fue la capital del reino Al Ándalus hasta que perdió el trono ante Córdoba. Pero permaneció siempre como capital cultural adornada por monumentos deslumbrantes y con una vida cultural floreciente. 

 

 

Reconquistada en 1248 por Fernando III, se fue transformando sobre esas bases moras: la Giralda, construida en el siglo XII, ahora adorna la Catedral gótica más extensa del mundo, construida en 1401 y todavía orgullosa de su afamado patio de los naranjos, que era parte de la mezquita. Su arquitectura, atípica para una catedral pero explicable por la influencia de las mezquitas, incluye la impresionante Capilla Real donde reposan los reyes San Fernando, Alfonso X y Pedro I el Cruel.

El Alcázar, antigua fortaleza árabe, se volvió un elegante palacio mozárabe para reyes católicos, quienes disfrutaban mucho sus patios y el murmullo de sus fuentes rodeadas por arcos árabes y muros decorados de azulejos y estuco labrado. Los callejones del Barrio de Santa Cruz, antigua judería, conservan la atmósfera de zoco, donde el ambiente moro resurge dentro del andaluz. Los patios deslumbran de misterio y la Casa de Pilatos atrapa la vista con su mezcla arquitectónica mudéjar y renacentista.

 

 

 

Las iglesias son un bello refugio de paz mientras los bares invitan a imbricarnos en la vida andaluza, gozando del jamón de pata negra, de un gazpacho o un salmorejo, de la fritura de pescados y mariscos. En el barrio de Santa Cruz admiramos los patios, pasamos las veladas embrujados por el cante jondo y el flamenco, gozamos de la Plaza de España con su arquitectura barroca del siglo XX y nos refrescamos en el parque María Luisa. En la noche cruzábamos el río para ir a Triana y ahí de bar en bar, de tapas en tapas, del encuentro a la seducción. Sevilla acapara, nos enreda en sus callejones para revivir su glorioso pasado al ritmo de un fabuloso presente.

 

 

 

Carmona: tesoro andaluz, romano y árabe

Antes de navegar por río hacia el mar alcanzamos Carmona, que nos atrajo por la blancura de esa corona de casas que remata una colina. Pasamos la muralla construida por los romanos y modificada por los árabes, para disfrutar de más callejones. Tarik, el valiente guerrero árabe, conquistó la ciudad en 713 y los fantasmas de los príncipes del Califato de Córdoba siguen visitando el lugar, deplorando su entrega al rey católico Fernando III  en 1247. Visitamos los restos de ese glorioso pasado: el Alcázar del Rey Pedro, que data del siglo XIII y es hoy un hermoso Parador; la iglesia de Santa María, de estilo gótico tardío del siglo XV; el convento de la Santísima Trinidad, el Alcázar de la Puerta de Sevilla y la Puerta de Córdoba. Recorrimos la antigua Vía Augusta trazada por los romanos, donde se instalaba el mercado en tiempos en los que dominaba la cultura musulmana; visitamos los palacios y recorrimos sus suntuosos patios disfrutando del jamón, de las aceitunas y del lomo de caña. Carmona seduce por su candidez, conserva sus secretos, se desnuda con ardor detrás de la frialdad de sus altos muros, como bailando al compás de una novela romántica.

 

 

 

 

Jerez de la Frontera: vinos, flamenco y caballos

Navegamos siguiendo el afluente hacia el mar y encontramos, en la margen del Guadalquivir, Jerez de la Frontera, vigilando el fértil valle donde crecen las vides traídas por los fenicios en 1100 a.C. El pueblo se llena del olor a buen vino y al famoso Jerez. De las calles típicamente andaluzas surgen los vestigios árabes de épocas en las que el lugar era aldea de campesinos musulmanes. Visitamos las bodegas González-Byass, cuyo emblema de la botella con sombrero y chaquetilla roja habita la ciudad y los campos de España, y también las bodegas Domecq o Estévez. Admiramos la catedral, las iglesias y sus palacios, como los de Domecq, el Duque de Abrantes, Bertemati, Riquelme.

El caballo es parte de la cultura. Durante siglos los cartujos criaron, desarrollaron y conservaron la raza cartujana que produce hermosos equinos blancos de elegante andar, al pie del Alcázar árabe. Jerez, según la leyenda, es la cuna del flamenco actual y aquí han nacido muchos de los grandes como Manuel Torre o José Mercé. El flamenco es de origen gitano-morisco y no esconde su influencia musulmana. Disfrutamos del ajo caliente, la cola de toro, el puchero y los riñones al Jerez o la Berza. En fin, seguimos navegando y alcanzamos la reserva natural Coto de Doñana y la Ermita de la Virgen del Rocío. En el Coto se concentra la fauna de la región, especialmente las aves. Finalmente el gran río amablemente nos llevó hasta su desembocadura en la Bahía de Sanlúcar de Barrameda.

 

 

Cádiz, vigía del mar

Terminamos nuestra navegación en el bello puerto de Cádiz, ciudad blanca que cuenta a quien le sepa escuchar mil aventuras sobre marineros y mercancías exóticas, batallas lejanas, y se abre de corazón. Desde Tavira, unas de las varias torres de vigía que rematan los palacetes, admiramos la ciudad rodeada por su muralla, protegida por mar y laguna, y no fue difícil imaginar a un navegante haciendo señas a tierra para avisar el contenido de las panzas del galeón. Desde esas altas torres, la gente recibía las indicaciones y se preparaba para el desembarque de las mercancías.

El blanco tajante de Cádiz estalla sobre el agua azul, la catedral protege a sus habitantes del viento, la puerta de tierra asegura su fuerza, el teatro romano declara su grandeza, el teatro de Falla, plazas, palacios y jardines, todo en Cádiz seduce; y qué decir de su gastronomía: tortillitas de camarones, pescaíto frito, la morena en adobo, el biensabe, la caballa asada, bogavantes, centollos y langostinos. La sencillez vuelta magia en la cocina.

Disfrutamos de esos manjares originales de la antigua Gadir, la ciudad más antigua de Europa, según la leyenda. Sus cimientos han visto pasar a fenicios, romanos, visigodos, bizantinos, árabes y cristianos. En tiempo de los árabes era un pequeño puerto pesquero amurallado. Fue conquistado por Tariq Ibn Ziyad en 711, en la famosa batalla del Guadalete. La población tiene pocos monumentos, no le daban importancia a estos hechos históricos. Cádiz es una amante perfecta: siempre alegre, exquisita y fascinante, nos lleva a velar las noches “tapeando” por el Barrio de la Viña o por el del Pópulo.

Tarifa, costa con vista sobre África

Navegamos hacia el sur por el Atlántico, fuera del Mediterráneo. La costa entre Cádiz y Tarifa (la punta más austral de España, en Gibraltar) recibe vientos africanos que barren sus largas playas de arena fina. Pasamos el cabo de Trafagar y percibí (o lo creí) los ecos de la famosa batalla del 21 de Octubre de 1805, cuando el vicealmirante Nelson y la armada británica derrotaron a las escuadras aliadas de Francia y España. Llegamos a Zahara de los Atunes, con su playa de 7 km de largo y sus pequeños enclaves secretos, nuevo lugar elegido por el High-End Lifestyle. El mar es celosamente vigilado por colinas coronadas por suntuosas mansiones, desde las que alcanza a verse la costa africana.

Finalmente entramos al estrecho de Gibraltar y llegamos a Tarifa, ciudad a sólo 14 Km del continente africano, punto en el que las aguas del Mediterráneo se hermanan con las del Atlántico. Orgullosa de su pasado fenicio, romano y visigodo, Tarifa intriga por su imponente y eficaz muralla que le protegió en los conflictos internos árabes, y que encierra callejones con sabor al reino Al Ándalus. Sus casas blancas se acercan a las montañas marroquíes y su viento hace de ella la capital española del surf. Podemos instigar los recuerdos de ese pasado impregnado en las piedras de los contrafuertes y bastiones de la ciudad creada por los árabes, donde la vida era un sueño y se había instalado una pequeña corte de comerciantes musulmanes ricos. Desde su creación, siempre ha sido un lugar místico; y por su ambiente es uno de los lugares más árabes de toda España.

 

 

 

 

Pueblos blancos de la sierra, manchas de luz

Visitamos el peñón inglés de Gibraltar, sorprendidos por esa mezcla meridional de culturas, en la que la fría sangre inglesa choca con la fiebre andaluza. En la cima del peñón viven unos monos que son el emblema de la ciudad. Su nombre viene de Tariq, uno de los primeros generales árabes en cruzar el estrecho en 711 y bautizó el lugar con el nombre de “Djebel Tariq” o montaña de Tariq, nombre que degenero en Gibraltar con el paso del tiempo. Anclamos en Algeciras para descubrir por tierra Arcos de la Frontera, Vejer de la Frontera y Medina Sidonia, caseríos blancos que coronan unas lomas y anticipan hermosos pueblos de la sierra como Casares, Jimena de la Frontera, Gaucín, Benarrabá y Grazalema, donde los callejones empedrados conducen siempre a los vestigios de la alcazaba árabe.

Eran los pueblos típicos de los primeros colonizadores árabes, de los últimos en ser reconquistados por los reyes católicos. El recorrido termina en Ronda, la más bella ciudad rodeada de acantilados, adornada con palacios, su catedral con pasado de mezquita, sus iglesias y la plaza de toros, considerada como una de las más antiguas de España. En el fondo del acantilado descubrimos el puente construido por los árabes, que aún está en pie.

Nos embarcamos de nuevo en Algeciras para costear y saborear Estepona y Marbella, que conservan su sabor árabe. Anclamos en la marina de Puerto Banús, la más exclusiva de la Costa del Sol, y caminamos por los callejones blancos de Marbella y su sabor a soco, admirando los restos modificados de su alcazaba. Por el camino de la sierra alcanzamos Ojén, Coín y Antequera, ésta última dominada por la alcazaba árabe que domina dólmenes, vías romanas, antiguas mezquitas y asombrosas iglesias. Pasamos Torremolinos, antigua meca del Jet-Set en los años 70, y finalmente arribamos a Málaga, la reina de la costa del Sol.

Málaga, seductora bajo el Gibralfaro

Su aire huele a mar, sus callejones huelen a medina andalusí, su soberbia catedral gótica sabe a gran mezquita de inmensos arcos; Málaga intriga y atrapa con sus laberinto de callejuelas. Visitamos el museo Picasso, la iglesia de Santiago Apóstol donde ese genio malagueño fue bautizado, y nos embriagamos al ritmo de las exquisitas tapas servidas sobre la nube nocturna del cante flamenco.

 

 

 

 

 

Desde lo alto del castillo de Gibralfaro construido por Yusuf I en el siglo XIV, sentimos la presencia de los acontecimientos moros del pasado, de las palabras árabes que retumbaron sobre sus murallas; admiramos la ciudad desde lo alto de la fortaleza y pudimos ubicar que, donde se alza la catedral, en otro tiempo imperó la inmensa mezquita con su minarete. Bajando el Gibralfaro entramos en la Alcazaba, palacio-fortaleza de la época Nazarí, cuyos arcos moriscos se asoman hacia el mar azul, y los jardines de la Puerta oscura inundan con su olor a flor de azahar. Atravesamos el teatro romano, cruzamos la Alameda, visitamos los palacios y vagamos por esa ciudad que nos acogió como si fuésemos el último moro después de la reconquista.

Granada, de gala con su Alhambra

Seguimos nuestra ruta marítima por la costa norte de Andalucía, donde la sierra se adorna de pueblos blancos y la costa de hermosas marinas como la de Salobreña, dominada por su fortaleza mora; finalmente llegamos a Motril donde dejamos nuestra lancha. Por autopista nos fuimos a Granada, a través de la sierra que antes protegía al reino Al Ándalus. Al pie de la Sierra Nevada deambulamos por las angostas calles de una de las joyas españolas, última capital del reino entregada por Boabdil, el último sultán nazarí, a los reyes católicos el 2 de enero de 1492, marcando el final de la Reconquista. Se siente todavía la atmósfera árabe en el barrio Albaicín, con rincones asombrosos, sabor a zoco y bares ruidosos. Alrededor de la soberbia catedral de estilo renacentista con base gótica, construida sobre la antigua mezquita, siguen como siempre los olores de la buena comida. Visitamos la Capilla Real y las iglesias. Subiendo por el río Darro recorrimos el Albaicín y su ambiente nazarí, hasta llegar a nuestro destino Sacromonte, el barrio de los gitanos. Fuimos a las cuevas donde vivían y ahora se baila y canta flamenco, creando las noches deslumbrantes de Granada. Nos quedamos atónitos frente a esa hermosa vista sobre la Alhambra. En una placita tocaba un gitano su guitarra y cantaba jondo mientras unas muchachas dibujaban con sus brazos en el aire inspiradas figuras de baile flamenco.

 

 

Entonces descubrimos La Alhambra, joya del legado andaluz, perla que evoca esos tiempos cuando la vida era dulce en sus jardines y los sultanes no esperaban la furia de los reyes cristianos. Escudriñamos sus salones elegantemente decorados de azulejos y hermosos plafones, sus patios donde las fuentes murmuran la suave canción de la frescura. Ese palacio se construyó en 1234, era el verdadero paraíso para Boabdil, que al desesperar su perdida en 1492, escuchaba a su madre que le decía “Lloras como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”. La frase sigue retumbando en algunos rincones del mundo.

Tocamos con delicadeza y solamente con la mente la lujuria de esa época musulmana al sonido de las fuentes, pasando por los patios del Mexuar o de los leones, por los diferentes palacios donde la luz penetra tímidamente para no estorbar. Imaginamos la música de los salones, el lujo de la buena vida, la suavidad de los cojines en el suelo. Es un verdadero tesoro de la humanidad, legado de los árabes para el mundo cristiano. El Generalife, la villa rural construida a partir del siglo XII, seduce por sus largas fuentes rodeadas por edificios cuyos arcos adornan un auténtico paraíso soñado por los musulmanes. La belleza de esa colina conmueve, invita a sentirse nazarí, rey de la Granada tan elegante y codiciada. Bajamos aturdidos por tanta belleza, hundidos en la época en la que La Alhambra reinaba Al Ándalus.

 

 

Jaén, Baeza y Úbeda, perlas de la sierra

Al continuar nuestro recorrido terrestre llegamos a la capital mundial del aceite de oliva, Jaén, reconquistada en el siglo XIII, protegida por el castillo de Santa Catalina desde lo alto del monte y su imponente catedral renacentista conserva la reliquia del santo Rostro. Nos fascinaron sus baños árabes con sus típicos arcos moros, los más grandes de Europa y escondidos debajo de un palacio renacentista, deambulamos por los callejones de la judería, pasando la muralla y escapándonos hacia los campos de olivos.

Alcanzamos Baeza, la perla de estilo plateresco reconquistada a partir de 1227, adornada por su bella fuente de los leones que data de la época romana y que rodean el Ayuntamiento, la antigua carnicería, le casa del Pópulo y el arco de Villalar que da acceso a los callejones del casco antiguo. Nuestros pasos retumbaban sobre las piedras, nos llevaban a la antigua universidad con sus escudos, al palacio de Jabalquinto con su fachada plateresca y morisca, a la iglesia de Santa Cruz y a la fastuosa catedral renacentista del siglo XVI edificada sobre la antigua mezquita. Baeza domina su frialdad gracias a su belleza monumental, y los rezos musulmanes compiten en el aire con los coros cristianos, ecos de las batallas.

Llegamos a Úbeda, romántica y epicúrea, que fue durante 3 siglos zona de frontera, de batallas, de cohabitación judía, musulmana y cristiana, la cual surgir su belleza a partir del siglo XVI. Estalla la grandeza su gran plaza Vázquez de Molina donde surge la Sacra Capilla del Salvador, sorprendente iglesia-panteón del palacio de Don Francisco de los Cobos, consagrada en 1559 y que luce una extraordinaria portada y un lujo renacentista sorprendente en su interior. Nos paseamos con encanto por el palacio de las Cadenas, el palacio del Deán Ortega, la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares. 

 

 

 

 

 

Córdoba, bajo los arcos de la gran mezquita

Finalmente nos instalamos en Córdoba para terminar nuestro recorrido. Hipnotizados aún por un apasionado espectáculo de flamenco, recorrimos los callejones mojados de la antigua Córdoba, con sus placitas adornadas por geranios en los balcones. El puente romano que cruza el Guadalquivir atestigua su glorioso pasado. Córdoba fue la ciudad más grande del mundo en el siglo X, cuando era la capital del Califato Omeya de Occidente, hasta ser conquistada por Fernando III El Santo en 1236 y volverse cristiana. 

La antigua mezquita sorprende por su belleza y elegancia. Descubrimos su inmenso patio de naranjos con su fuente para las abluciones, su alminar que desafía el tiempo y pasó de ser el faro del Islam a ser el campanario del Cristianismo, y su Sala de las 850 Columnas, que soportan los arcos de herradura bicolor blanca y roja, típica arquitectura omeya.

El hermoso mihrab de mármol, estuco y mosaicos sigue indicando la dirección en la cual se encuentra La Meca. Impresionan los arcos poly lobulados de la capilla de la Villaviciosa, las bóvedas, las puertas, la belleza del conjunto religioso. Intrigados por los aleas de la historia, visitamos el estrecho callejón de las flores, típico rincón moro, la antigua sinagoga, el Alcázar de los Reyes Católicos, y la plaza del Potro. Córdoba la andaluza se saborea con un rico aroma a legado árabe y una exquisita comida con sabor a aceituna y jamón, salmorejo y Flamenquín para terminar con el pastel cordobés y asistir a una buena corrida de toros.

 

 

Medina al Zahara, un legado de Abderramán III

A solo 5 km de Córdoba, ese maravilloso conjunto moro se construyó en 956 como ciudad palacio donde se instaló la corte. Sus arcos de herradura de la sala del trono recuerdan los de la gran mezquita de Córdoba, su decorado con relieves de ataurique en mármol atestigua su riqueza, los arcos externos enseñan su gran belleza, la muralla y la mezquita son el testigo de su grandeza. No sobrevivió más de un siglo, fue saqueada en 1010 y surgió del olvido cuando se empezaron las excavaciones en 1911. Es un conjunto arqueológico impresionante que nos permite encontrarnos con los fantasmas del glorioso pasado árabe de Andalucía. 

 

 

 

 

 

De esta manera hicimos un viaje a través de miles de años en un solo guiño, llevados por los atajos de los vestigios, y nos encariñamos por esa época cuando los árabes construían los elegantes palacios, en sus medinas vivían los mejores médicos o matemáticos y los más famosos escritores o filósofos, en sus puertos llegaban los grandes navegantes, hasta que la famosa reconquista terminara con esa larga temporada de auge. Recorrer los patios donde sigue la música del agua, admirar los salones cubiertos de azulejos y versos del Corán, tocar los jardines con la mirada del deseo y el placer, pasear por los callejones de los barrios llenos del eco de la historia o acariciar las murallas rugosas por tantas batallas, esos son los encantos de la Andalucía presente con sabor del pasado del reino Al Ándalus.

Texto: Patrick Monney ± Foto: ©Dreamstime / Promperú / Patrick Monney