La última frontera bajo el sol de media noche

Al norte, donde los días nunca borran la luz en el verano y las noches son eternas en invierno, encontré la aventura en su estado natural, la última frontera de la Fiebre del Oro. Aquí los fantasmas de los grandes pioneros se deslizan en las calles de Whitehorse y el barco SS Klondike reina a la orilla del río Yukón, con su elegante silueta de madera y su gran rueda trasera, como testigo del pasado. Yukón es un lugar fascinante donde los grandes espacios se abren sobre un horizonte que se pinta de fuego en los días eternos, alumbrados por una luz tenue que se escurre sobre las montañas habitadas por los osos, y deslumbra con colores verdes por las auroras boreales de las noches perdurables cuando los osos duermen.

Habíamos terminado nuestra navegación por los fiordos de British Columbia hasta Prince Ruppert Island y de regreso a Vancouver, decidí conocer Yukón, a tan sólo dos horas y media de vuelo. Al llegar a Whitehorse, sentí que mi sangre fluía más lentamente en mi cuerpo como para apaciguar mi mente, relajar mis músculos y hacerme un hombre nuevo que dejaba el tumulto de las ciudades atrás. El mundo se había detenido, el disturbio de los coches se había quedado atrás y sólo se quedaban los ecos de la Fiebre del Oro que había habitado esa región tan remota de la tierra. 

 

 

 

 

Saliendo del aeropuerto, encontré un águila calva que reinaba sobre el universo desde su nido, a la entrada de la ciudad mientras el SS Klondike vigilaba, desde su amarre en tierra, los recuerdos de cuando navegaba los ríos y lagos, única unión con el mundo externo. Los espacios no tienen límites, las montañas brillan con las últimas nieves, el Miles Canyon devora el agua del Yukon River como para absorber los recuerdos de los que habían desafiado los rápidos cuando existían. Hoy, una represa había pacificado las aguas. Dos calles de una docena de cuadras recorren la ciudad, partiendo de la Main Street donde se animan algunos bares y una fabulosa librería, al lado del restaurante Klondike Ribs & Salmon que atrae los comensales. La luz del día nunca desaparece, el sol se pone a las 12 de la media noche y surge a las 3 de la mañana, dejando siempre un resplandor en el ambiente. Visitando las calles de Whitehorse, descubrí sus fabulosas pinturas murales, los 3 bares importantes, observaba cómo la gente vivía una vida normal a esas horas de una noche que no existía, y cuando me fui al hotel, el resplandor me decía que era momento de cerrar los ojos. Me sentía feliz en ese mundo desconocido, frío aunque fuese el verano, luminoso y delicado.

 

 

Partrige Pass y Frantic Follies

A las 6 de la mañana ya estaba listo para dar una vuelta a la orilla del río mientras me observaba el águila. Temprano pasó Charlie por mí con su jeep y nos fuimos hacia el sur, entre paisajes suntuosos de montañas nevadas y lagos que enmarcaban el bosque boreal con árboles largos y delgados con más de 200 años de edad. Nos detuvimos en Robinson Roadhouse, un antiguo puesto de comercio con sus cabañas construidas con los troncos de piceas, junto a la vía del tren que unía White Pass a Yukon River, adornada con los postes del telégrafo. Por aquí pasaron aventureros que buscaban oro y otros tesoros, con esperanzas de riqueza. Los muros de madera a medio caer y los techos a punto de irse al suelo retumbaban las historias de esos pioneros que iban hacia la última frontera en la Fiebre del Oro de Klondike. Roadhouse era como un hotel donde descansaban los mineros en camino hacia la Yukon River y tenía un salón donde ocurrían diversión y peleas. Fue un lugar famoso en su tiempo y su dueño, William Robinson era conocido como el “contundente y sin rodeos”. 

Dejando el fantasma del pasado, nos internamos por una carretera de tierra, pasando el río que corría como un torrente y donde observamos unas cabras salvajes con su largo pelo blanco que caminaban en los altos acantilados. Empezamos a subir por un camino cada vez más duro entre el bosque para llegar al Partrige Pass Passage donde esperábamos ver unos caribúes u osos pero no había actividad ninguna y sólo las placas de nieve reflejaban las nubes que corrían en el cielo. Seguimos subiendo, observando los paisajes fabulosos, entre montes y altos valles hasta alcanzar el límite de la vegetación. Era un lugar extraordinario, la brisa helada corría por mis miembros, mis mejillas estaban congeladas, pero valía la pena estar en esa escarpada cima cubierta de tundra y degustar esa visión de un mundo perfecto. 

Finalmente tuvimos que emprender el camino de regreso para llegar a Whitehorse al final de la tarde cuando el sol brillaba. Después de cenar en Klondike Ribs & Salmon, gozando de su ambiente del lejano oeste, me instalé en el teatro para ver el show “Frantic Follies”, un Vaudeville con sabor de los años 1900 que relata lo que los pioneros de la gran aventura en Klondike habían vivido. El show existe desde hace más de 30 años, y el teatro se llena con los visitantes ávidos de naturaleza e historia. Cuando regresé al hotel, el sol brillaba en el horizonte y a media noche se pintó el cielo de un viento anaranjado, surgido de la fantasía de un pintor. 

 

Sanfu Lake y Fish lake

Al día siguiente, nos dirigimos al lago Snafu, donde había poca gente. Después de meter la lancha al agua, navegamos por los meandros del lago, observando las águilas calvas en sus nidos y echamos las cañas todo el día, bajo un sol implacable que nos calentaba, observando los castores que construían sus guaridas acuáticas que llaman Beaver Lodge y logramos pescar ocho lucios (Pike) que regresamos al agua. Era sólo por la gloria y la diversión de pescar. El lago estaba divino, y fue un día maravilloso donde convivimos con la naturaleza, y esos grandes pescados de manchas negras. 

 

 

Regresamos a Whitehorse a las 7 y tomé mi coche para alcanzar el Fish Lake, que se encuentra a media hora de Whitehorse, en el paralelo 60o 37´. Me esperaba un paisaje señorial con el lago rodeado por montañas nevadas cuyos pies estaban cubierto de bosque y donde nadaban unos patos. Al llegar, el sol alumbraba las cimas y el lago, el alto valle que observábamos era fabuloso, hundido en la penumbra, donde unos caribúes paseaban. Los caballos subían, intrépidos, y llegamos a la cima cubierta de nieve para observar el sol de las 11 de la noche que pintaba las cimas con colores ocres, jugueteando con las cimas y las nubes. Cuando bajamos al lago, las montañas se pintaban de amarillos y rojos artificiales y el sol bajaba en el horizonte. Era el famoso sol de media noche que surge de los cuentos, que alumbra el polo norte y nos guía en la tundra. Cuando llegué al hotel, el sol había desaparecido, pero la claridad seguía, inmóvil.

 

 

Skagway, White Pass y Inn on The Lake

El tercer día, tomamos el Alaska Highway, nos desviamos en el Llondike Highway y pasamos por el soberbio Emerald Lake, con su color esmeralda que surge de una pizca de paraíso, rodeado de árboles, y al pie de montañas nevadas que se reflejaban en el agua con color del famoso jade de Yukón. Pasamos por el Spirit Lake, otra belleza de esa generosa naturaleza, antes de llegar a un pequeño desierto de dunas de arena surgidas de otro mundo, como puestas en ese lugar para recordar que también existen paisajes pobres y amarillos en ese panorama hermoso y verde. 

Alcanzamos el pequeño pueblo de Carcross, con una población de 431 habitantes, en su mayoría de origen Tagish First Nation. Algunas dunas adornaban la entrada del pueblo de edificios surgidos de las películas del oeste, dispuestos entre los lagos Bennett y Nares. Se respiraba una atmósfera del pasado, pasaban los fantasmas de los aventureros por las calles polvorientas, se escuchaban los disparos de las disputas entre ellos. 

 

 

Seguimos la carretera que pasa a lo largo del lago Tutshi en donde encontramos nuestro primer oso negro que estaba comiendo las flores del campo, feliz de tener tanta comida y disfrutando el sol. Continuamos hacia White Pass, alcanzando un alto valle donde la nieve cubría las laderas de las montañas y los pequeños lagos salpicaban el altiplano. 

Pasamos la frontera canadiense en Fraser y 7 km adelante, la frontera de Estados Unidos para entrar en Alaska, dejando la cima de White Pass a 1000 m de altura. Visitamos un impresionante puente colgante sobre un río tormentoso. Bajamos hasta alcanzar Skagway, al final de un hermoso fiordo donde atracan los grandes cruceros. El pueblo ha conservado el aire de antaño, del tiempo de la Fiebre del Oro, con sus casas de madera, las boutiques de madera que venden elegantes joyas, y la estación de tren. 

Después de dar una vuelta en el pueblo y la marina, abordé el tren hacia Fraser. El viaje fue suntuoso, siguiendo el caudaloso río Skagway que corta su camino con rápidos y cascadas por las montañas rocosas, un caribú observaba el tren que zangoloteaba al ritmo de sus ruedas, pasando puentes vertiginosos y túneles misteriosos. 

Posteriormente, descubrimos un oso grizzli que estaba comiendo flores y llenaba su cara de semillas de dientes de león, pereceando en la sombra. Era un animal joven, majestuoso e imponente, aunque delicado. Al seguir, llegamos al lago Nares para observar patos, más adelante encontré otro oso negro, y seguí el camino para alcanzar el lago Marsh donde me hospedé en el Inn on The Lake.

El sol bajaba en el horizonte, las montañas brillaban en el panorama gris de la media noche, los pájaros seguían cantando, gozando de ese sol tenue, de esa luz de nunca acabar, de ese día que nunca desaparecía. 

 

Whitehorse y Takhini River Lodge

Me despertó la luz a las 4 am, y en mi sueño interrumpido recordaba las imágenes del día anterior. Amanecí abriendo los ojos sobre el lago que brillaba con los diamantes del sol horizontal y en mi cabeza sonaba los versos de Robert Service: “The happiest man I ever knew / Lives in a forest glade”. 

Disfruté mi desayuno frente al lago que centelleaba y regresé a Whitehorse para visitar Beringia Interceptive Center, donde admiré los fósiles de un mamut, de unos caballos y unos extraños animales que habitaban la región antes. Me invité a un viaje en el pasado disfrutando el museo del transporte imaginando lo que habían vivido los pioneros y los aventureros que desafiaban al gran norte. 

 

 

 

Me emocioné con la vieja iglesia de tronco, que en su historia vio bodas y entierros. Después comí un costillar delicioso y visité la escalera para los salmones y otros peces que migran para regresar a los lagos. Esta Fish ladder se sitúa a un lado de la presa y es impresionante por su tamaño. Los peces suben por una cascada hecha de madera hasta llegar a un canal plano que los lleva al lago Schwatsa y el río Yukón. Entonces me embarqué en el MV Schwatsa, un pequeño barco que me llevó a soñar recorriendo el Miles Canyon, cuyas paredes encerraban peligrosos rápidos, desafiados por los hombres valientes que iban en busca de oro.

Después de pasear por la calles de Whitehorse, me dirigí hacia el norte, descubriendo el Takhini River y su color jade, para ir a remojarme en las aguas termales y calientes del Takhini Hotspring que revitalizan el cuerpo mientras se respira el aire fresco del bosque. Finalmente llegué a Takhini River Lodge, una hermosa casa lujosa en medio del campo rodeado por las montañas. Me sentía el dueño del mundo, los montes eran míos y el bosque me abrazaba. 

Como estaba viendo el sol de media noche desde mi ventana, un águila de cabeza blanca gritó a lo lejos, otra pasó por encima de los árboles y finalmente un grizzli salió del bosque lejano para atravesar la pradera que se hundía en el crepúsculo eterno. La luna llena salía del horizonte de las montañas como para acariciarlas, mágica e inmensa, viajando al horizonte. “Agrestes y vastas son mis fronteras”, hubiera dicho Service.

 

 

 

Haines Junction y osos

Al día siguiente, mi primera visita fue al Yukon Wildlife Preserve, donde los animales de la región tienen un refugio para desarrollarse en su hábitat natural dentro de una reserva protegida. Pude admirar de cerca los bisontes, los alces, venados buras, caribúes, zorros, ovejas de Dall, cabras de las montañas con su pelo largo, y unos hermosos linces como los extraños y raros bueyes almizcleros. 

Siguiendo mi camino, me detuve para platicar con Charlie Muskut, que eleva sus perros de trineos y ofrece paseos en invierno bajo el cielo que se ilumina con auroras boreales que juegan con colores artificiales derivados de fenómenos naturales. Y qué mejor paseo que el de un hombre que ha participado en la Yukon Quest, una carrera en trineo de perros a través de 1000 millas, entre Whitehorse y Fairbanks.

Después seguí mi camino en el desolado Alaska Highway que sigue la cadena de montañas nevadas, desviándome en ellas para descubrir el soberbio lago Kusawa, que adorna un gigantesco valle dentro de esas montañas que se reflejan en sus aguas de manera majestuosa. 

Al seguir la cordillera, alcancé The Cabin, unas cabañas ecológicas escondidas en el bosque, frente a los picos nevados. Me imaginaba ser Davy Crockett, el trampero de los bosques. Sentía la aventura, respiraba la libertad, me sumergía en la naturaleza y me emocionaba frente al escenario. La noche nunca llegó, y preferí descubrir la zona; a las 9 empecé a recorrer el highway hacia el sur y pasé por el minúsculo pueblo de First Nation People, Klukshu, con algunas cabañas de madera de donde salía el humo. Admiraba el paisaje que se encerraba entre montañas nevadas, encontré un coyote en busca de comida que finalmente atrapó y comió un ratón. 

El cielo se pintaba de rojo y eran las 11 de la noche cuando de repente, junto a la carretera, descubrí 3 grizzlis, una madre con sus 2 hijos. Eran hermosos, de pelo beige, parecían de peluche. Comían flores y hojas. Me observaban, y yo no me cansaba de admirarlos, maravillosos e imponentes hasta que desaparecieron tranquilamente. Hubiera podido pasar la noche viéndolos. De regreso encontré un hermoso oso negro de pelaje brilloso que se paró para observarme, aunque más desafiante. 

 

Campo de hielo

Amanecí sin haber conocido la oscuridad, la luz me despertaba y gozaba de ese día eterno. Después de un desayuno fabuloso en medio del bosque, regresé a Haines Junction para abordar una balsa y dejarme llevar por la corriente del río Dezadeash, y observar a los patos, un alce que comía a la orilla y una pareja de cisnes de trompeta que preparaba su nido. Volaron al vernos, como un verdadero baile que flotaba en el aire, como una elegante música. 

 

 

 

Después de un paseo soberbio con vista a las montañas, alcanzamos el pueblo y me dirigí al pequeño aeropuerto para subirme a la avioneta de Clint y sobrevolamos uno de los campos de hielo no polar más grandes del mundo. Fue una travesía llena de extraños volúmenes, de olas rizadas del hielo en movimiento, de avalanchas y de caminos gigantescos donde corre el viejo hielo formado hace siglos atrás. Las cimas competían en altura, observamos el monte Logan de 5,959 metros, el más alto de América del Norte después del monte McKinley (6,198 metros), que se encuentra en Alaska. Los glaciares han creado unos caminos que serpentean entre las montañas, diseñando unos ríos de hielo con fisuras, fallas y pliegues impresionantes. El espectáculo era fabuloso y soberbio en ese campo de hielo, que se derrite para formar los ríos que corren hacia el Pacífico. 

Tomé de nuevo el Highway hacia el sur con la meta de conocer más osos, solamente encontré un enorme puercoespín. Descubrí la Million Dollar Falls, una hermosa cascada que baja en un estrecho cañón en medio del bosque  boreal y la carretera sube hasta entrar en British Columbia y alcanzar el paso helado rodeado de cimas nevadas de Tatshenshini-Alsek y Kluane. 

 

 

En mi cabaña, soñaba con las imágenes de ese fabuloso día, sobrevolando los glaciares al borde de la tierra. Del otro lado del pacífico, las horas cambian y es el día siguiente. Yukón es verdaderamente el margen del mundo.

 

 

Aflek Trail y Kluane Lake

Los pájaros me despertaron a las 3:30 de la madrugada y seguí mi sueño en la claridad. Me levanté después para ir a caminar por el Aflek trail, un poco al norte de Haines Junction. Al meternos en el camino, nos encontramos con seis bisontes de las montañas, de color más oscuro, se asustaron y se desvanecieron en el bosque. Al seguir nuestro camino en ascenso,  pasamos por las rocas y el bosque, nos encontramos con un Willow Ptarmigan que trataba de espantarnos al parar su cola y gritar. Descubrimos unas extrañas formaciones que eran bolas de arena compactada naturales, un sortilegio del hábitat. 

Seguíamos el torrente que baja de las cimas nevadas, algunas piedras eran como jade, el paisaje era fabuloso y gozábamos de esa soledad rodeados por bosque, picos gigantescos, torrentes dentro del reino vegetal y animal. Se me enchinaba la piel y nuestro guía Brent nos explicaba el nombre de las maravillosas flores que salpicaban el suelo, azules, rosas, amarillas, blancas, y cómo este río desembocaba en el Dezadeash, que a su vez atravesaba las altas montañas para alcanzar el Pacífico. 

Después de ese soberbio trekking, me dirigí hacia el norte para alcanzar el lago Kluane que se encontraba en ese momento como un espejo, inmóvil, como una imagen sin movimiento. Las montañas se reflejaban en la superficie como para mirarse y confirmar que eran gloriosas. El sol de la tarde alumbraba el lago y los picos nevados, cuyo reflejo en el agua parecía más real que el original. 

 

 

Continué mi activa noche para llegar a la zona donde encontraba los osos; tomé el camino hacia el pueblo de Klukshu y encontré un oso negro. Era soberbio. Caminé junto a él un momento, no se molestaba, comía flores y hierbas, le tomaba fotos, mientras que yo sentía mi corazón latir con fuerza. No traía repelente para osos, pero confiaba en que nunca me iba a hacer daño. 

Siguiendo por el Highway, encontré un grizzli que se escondió en el bosque y me sorprendió mucho encontrar otro grizzli comiendo cerca de un oso negro. Se miraban de vez en cuando pero no se agredían, comían echando una mirada al otro y después a mí, pero no se molestaban. Me quedaba esa vez en el coche, gozando de ese maravilloso encuentro. 

 

Al norte de Burwash Landing y Kathleen Lake

El sol me levantaba como siempre, instalado en su claridad eterna. Después de observar la salida de la carrera de 240 km a bicicleta de Haines Junction hasta Haines, Alaska, tomé el camino del norte de nuevo para ver el lago Kluane bajo otro sol, bajo una luz diferente pero igualmente bello, y en Sheep Mountain observé más borregos salvajes de inmensos cuernos. 

 

 

 

Seguía las hermosas montañas y el lago hacia el norte hasta llegar al pueblo de Destruction bay, un lugar olvidado del mundo, cuyo nombre se debe a la destrucción provocada por una tormenta en 1940. Finalmente llegué a Burwash Landing, un pueblo de First Nations que conserva la cultura Tutchone. Los letreros se escriben en las dos lenguas y visité el Kluane Museum of Natural History que permite disfrutar de la artesanía Tutchone así como los mejores ejemplos de la fauna local, disecados y rodeados por su hábitat reconstituido.

En Kathleen Lake, me encontré con Brent y Ron, originarios de Burwash Landing, típico First Nation People, cuyos ancestros habitaban esas tierras y otros venían de Europa. Nos contaron las historias de sus abuelos y de la vida de antes, y fuimos a navegar sobre el hermoso lago de color esmeralda; observamos un águila calva en su nido; los tonos verdes del agua transparente y nos detuvimos en una playa de piedritas para ir a visitar una cabaña de madera en ruinas que había pertenecido a sus abuelos cuando iban al bosque a cazar o pescar. Subimos por un sendero en medio de una vieja avalancha para admirar el lago, un oso nos observaba sin ser amenazante. El paisaje era soberbio y se nos olvidaba el peligro, inmersos en la majestuosidad de la naturaleza. 

 

 

Seguí mi camino más hacia el sur, la lluvia empezaba a caer y el frío se instalaba. Me alojé en el hotel Dalton Trail Lodge, a la orilla del lago Dezadeash, un verdadero antro de pescadores con todo lujo, construido de madera al estilo del típico Lodge canadiense. La comida estaba deliciosa, unos impresionantes pescados disecados adornaban los muros, los hombres hablaban de trofeos y suculentas historias de pesca. 

A pesar del clima, emprendí mi viaje hacia el sur después de las 9, quedándome en la carretera porque la lluvia hacía los caminos muy difíciles. De repente, sorprendí un enorme grizzli que caminaba sobre el asfalto. Era una imagen surrealista, formidable. Lo seguí un rato hasta que entró en el bosque. Descubrí otro que caminaba un poco más adelante, comiendo con gusto sus flores y plantas, y finalmente un inmenso oso negro cruzó la carretera para comer en la orilla y desaparecer. 

 

Dezadeash Lake y Otter Fall

Temprano abordamos una lancha para ir a pescar sobre el lago. El frío se había instalado, las nubes nos envolvían, y los peces nos ignoraban. De repente, cuando estaba congelado, el sol apareció y una enorme trucha se enganchó; medía 60 cm y después de admirarla, la dejamos en sus aguas a 3 o 4 grados. El día brillaba y al regresar a la orilla, emprendí mi camino de regreso a Whitehorse, visitando la Otter Falls, una hermosa cascada en un bosque boreal.

 

 

Whitehorse era el reintegro a la civilización después de esa semana en la naturaleza, acompañado por montañas nevadas y osos, escuchando las historias de Brent o Ron, conociendo el aliento del grizzli, a punto de acariciar un oso negro. Imaginaba que estaba regresando del borde del planeta, que no existía otro mundo más lejos, que retornaba de un viaje en el tiempo. Regresé con las experiencias que había vivido con los osos, y que complementan mi vida de aventurero, como el último pionero en la última frontera. 

Yukón es un mundo mágico con osos, glaciares y gente fascinante con cuentos de trampero, esos que enfrentaban los inviernos más duros para inventar la historia. Yukón es más fastuoso que lo que se cuenta. Regresaré un día para seguir la pista de los buscadores de oro, en la capital de la Fiebre del Oro, Dawson City y sus alrededores. Me iba con la cabeza llena de los versos de Robert Service, el poeta de la Yukon Fiebre del Oro: 

 

Hombres del Gran Norte, el bravo cielo fulgura

Flotando en mares plateados, islote opalino

Hoguera de raudas riquezas, fascinante y dura

Pálidos puertos de ámbar, dorados navíos.

 

 

Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney