Veinte minutos duraría el trayecto. “Será como si te transportaras al pasado, es el lugar ideal para un momento de paz", me dijeron. Después del bullicio y la vida nocturna de Cancún, era justo lo que necesitaba. Sin pensarlo compré mi pasaje, viaje redondo para el mismo día. Bloqueadory lentes de sol fueron mis únicos acompañantes.

Era temprano. Respiré el viento fresco que sólo en los lugares de mar se da por las mañanas. Recargada sobre el barandal del ferry, me despedí de Cancún.

La vi por primera vez poco tiempo después de abordar. El alargado pedazo de tierra iluminado por los primeros rayos de sol me daba la bienvenida. Los pescadores dormían en sus botes, exhaustos por el trabajo durante la madrugada, mientras las gaviotas reclamaban su almuerzo. 

 

 

El mar brillaba. Las olas aún quietas. Algo similar habrán visto las primeras fami- lias que huyeron de la guerra de castas y colonizaron la isla después de los mayas. Sobre una roca, junto a la playa, pude ver la silueta de un joven que parecía bai- larle a k'iin. El sonido del timón me distrajo por unos segundos. Cuando regresé la mirada el danzante había desaparecido.

Al pisar tierra me recibió el murmullo de los ven- dedores ambulantes que rondaban ya a esas horas por el muelle. Con su encantador acento maya, mostraban soles de barro, conchas, estrellas de mar, huípiles.

Poco sabía del lugar. En alguna ocasión leí que el nombre se debía a que las muchachas mayas entradas en la adolescencia iban a la isla a depositar figuras en forma de mujer, como ofrenda a la diosa Ixchel, dei- dad de la luna, del amor, de la fertilidad. Miles de fi- gurillas femeninas fueron halladas por los navegantes españoles que descubrieron el santuario. ¿Qué pedían estas jóvenes? Nunca se sabrá. ¿Buscaban el amor? ¿Querían asegurar su descendencia? Pensé que tal vez debí haber llevado yo misma mi propia ofrenda. Es posible que Ixchel siga cumpliendo los deseos de quienes de corazón lo piden.

Siete kilómetros es la longitud del pequeño islote, desde el norte hasta el sur. Podría recorrer la isla más de un par de veces durante el día. En la playa cercana al puerto un grupo de personas practicaban yoga frente al mar, saludando al sol con el cuerpo y la mente.

 

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Paré en un pequeño establecimiento al aire libre ubicado en la popular Avenida Hidalgo. Agua de horchata, papatzules y pan dulce para iniciar la jornada. Se acercó a mí un guía de turistas para ofrecerme diversas opciones para pasar el día: visitas a Isla Contoy (refugio de pájaros), buceo, esnorqueleo en el famoso parque marino El Garrafón, en la Cueva de los Tiburones Dor- midos o los arrecifes Farito, Islaché y Manchones.

Decidí conocer la isla yo sola y caminar a la deriva, libremente, por donde las calles adoquinadas, antes de arena y sin banquetas, ahora pavimentadas, me lle- varan. También tenía la opción de rentar un carrito de golf, una moto o una bicicleta para recorrer la isla, sin embargo, quise caminar hasta la zona llamada Punta Norte. Plagada de colores caribeños, Punta Norte es uno de los lugares más bellos de la isla.

Las coloridas fachadas de los hoteles conforman gran parte de la arquitectura de la isla, que básica- mente vive del turismo. Se pueden encontrar hoteles desde los muy económicos, all-inclusive hasta lujosas estancias de cinco estrellas. La arena es fina y blanca. El escenario perfecto para descansar, tomar sol, leer, dormir una siesta arrullados por la tranquilidad de la zona. Definitivamente, es considerada la mejor playa de Isla Mujeres. El color del mar es único.

 

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Luego de un no tan breve reposo me dirigí hacia el otro extremo: Punta Sur. En el camino me encontré con los restos de una construcción antigua: la entrada a lo que era la Hacienda Vista Alegre, perteneciente al famoso pirata español Fermín Mundaca. Cuentan que estuvo enamora- do de una trigueña que jamás le correspondió y a quien le construyó el llamado “arco de la trigueña", que se encuen- tra a la entrada del jardín de la hacienda. La conocida frase “Lo que tú eres yo fui y lo que yo soy tú serás”, junto a una clásica calavera labrada en piedra, enmarcan la tumba del pirata Mundaca, la más visitada del panteón municipal.

Recorrí el malecón por el lado del Caribe. Hice pausa en una coctelería para no perderme la experiencia de degustar un tradicional pescado a la tin k¡n chic, ex- quisito. Visité las tiendas, unas más sofisticadas que otras. Me dejé seducir por la platería, los collares de piedras marinas, los caracoles en innumerables formas y la variedad de sombreros, desde gorras de golf hasta el típico de charro que sirve de souvenir para los turistas.

Punta Sur tiene una vista espectacular: por un lado, Cancún, Puerto Juárez y Punta Sam, por el otro, el Ca- ribe. A diferencia de Playa Norte, las corrientes chocan con la isla produciendo olas fabulosas y un sonido estruendoso. A través de los años, la fuerza de estas olas ha formado una serie de peculiares rocas que carac- terizan la zona, unas en forma de hongo y otras son salientes o picos. Sobre el acantilado se encuentra una pirámide maya dedicada a la diosa Ixchel. El paisaje marino y los vestigios de nuestros antepasados: uno de los paisajes más espectaculares que he visto.

 

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La noche entraba y los bares, las mesas de billar, las luces y la música comenzaron a cobrar vida en las calles principales. Predomina, entre turistas de todas nacionalidades y locales, un ambiente agradable con toque bohemio. Para despedirme: panuchos, salbutes y una cerveza, yucateca, por supuesto.

Se puede hacer de la visita a Isla Mujeres una experiencia tranquila, como fue mi caso, o más aven- turada, como por ejemplo lo prefieren quienes deciden esnorquelear, ir de pesca, nadar con tiburones o lan- zarse por la tirolesa. De lo que nadie se salva es de asombrarse por la variedad de tonos turquesa del mar, únicos en el mundo.

El último ferry a Cancún partió a las once de la noche. Me faltaron horas, recorridos, visitas. Sin duda, mi próximo ticket no tendrá regreso para el mismo día.

Tu heel k’iin, Isla Mujeres. 

 

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Texto: Karla Zárate ± Foto: Mena Sánchez Cuevas