Colombia, una experiencia en el arte

Colombia está considerado como uno de los países de mayor diversidad ecológica, debido a que posee desiertos, playas, altiplanos, montañas, ríos y una parte importante del Amazonas. Esta variedad genera, por razones obvias, una riqueza natural y social.

Sus ciudades han cambiado su fisonomía de manera radical en la última década, virando hacia la modernidad, como es el caso de Medellín, Manizales, Bucaramanga, Cali y Cartagena, convirtiéndose en confortables y muy atractivas para el turismo. La amabilidad de sus habitantes es incomparable, gente con un español nítido y de una sensibilidad hacia el trato humano muy particular.

En donde profundamente se siente un efecto de la continuidad en la política gubernamental y de la voluntad de sus ciudadanos es en la contemporánea ciudad de Bogotá. Hace escasos 12 años transitar por ella era una aventura inigualable, se podía permanecer más de tres horas estacionados en sus calles sin cambiar de punto, y eran palpables la inseguridad y la violencia. Sin embargo, hoy se ha reordenado, y se observa una mejor calidad de vida en diversos aspectos, desde el paisaje urbano hasta su vialidad, además de que se siente más seguridad.

 

 

Bogotá es una ciudad moderna que se ocupa de los problemas ambientales, por ejemplo ha implementado el programa de “pico y placa” que regula la circulación excesiva de automóviles, y los fines de semana la gente puede transitar libremente por las ciclopistas diseñadas especialmente para sus habitantes.

En tanto en materia de colecciones se pueden visitar las que alberga el Banco de la República, entre las cuales se encuentran la del Museo del Oro, la del Museo Botero y la colección de Artes Plásticas. También destaca el Museo de Arte Colonial, que ubica al público de manera espléndida en este periodo. Pero además es importante mencionar que tiene más de 300 museos en todo el territorio.

La historia del arte en Colombia es larga, pues viene desde la producción precolombina. Es uno de los países que conserva la orfebrería en oro, de la región de Calima y Dagua, entre otras regiones, a diferencia del resto de Latinoamérica, donde sus metales preciosos fueron fundidos para ser transportados en forma de lingotes al Viejo Mundo.

 

 

La fundición de piezas en oro se considera importante por su técnica y calidad a partir del siglo X d. C., éstas se vaciaban con el proceso conocido como “cera perdida”. Eran piezas que generalmente estaban dedicadas a la figura humana y a los animales, y cuyos fines eran de uso religioso.

El periodo colonial, al igual que en el resto de América, prácticamente erradica las costumbres indígenas. Con esto se convirtió a sus orfebres y artistas en diseñadores del “nuevo arte” europeo bajo la tradición e influencia del cristianismo, guardando algunas de las reminiscencias de la cultura chibcha.

 

 

 

La conservación de templos, pinturas y esculturas del periodo colonial es buena, debido a que, a diferencia de México, no pasó por el proceso de la Reforma, y mantiene hasta nuestros días una relación directa con el clero. Esta situación ha permitido que gran parte de las colecciones patrimoniales de esa época se puedan conservar en los sitios originales y, en general, en razonable estado. El siglo XX es un semillero de exponentes de la plástica, manteniéndose durante las primeras décadas bajo la influencia europea, sin restar o menospreciar por ello su calidad y expresión, como es el caso de Roberto Pizano, Dionisio Cortés o Ricardo Acevedo Bernal. Este siglo representa los encuentros y desencuentros con la búsqueda de los valores nacionales, las rupturas y el hallazgo con la abstracción y al poco tiempo con la modernidad. Y hoy sus artistas se hallan en el nuevo concierto de la globalización cultural.  

Sin duda, los más grandes exponentes internacionales de los últimos tiempos son los maestros Omar Rayo (1928), Edgar Negret (1920) y Fernando Botero (1932). Este último es uno de los artistas vivos mejor cotizados en el mundo, sus esculturas y pinturas se tasan en cientos de miles de dólares.

 

 

 

No habría que dejar de apostar a las nuevas generaciones de artistas colombianos que rompen con la tradición, pero que a su vez aún encuentran en la pintura y la escultura otras formas para decir y expresar los asuntos contemporáneos. Es el caso de Rodrigo Facundo (1958), Doris Salcedo (1958), María Fernanda Cardoso (1963) y Nadín Ospina (1960), entre muchos otros.

Colombia es un país que invita a dejarse llevar por todo lo que encierra, y es seguro que quien lo conoce guardará una profunda huella de su extensa riqueza natural, artística y cultural.

 

 

Texto: Miguel Peraza ± Foto: Arte Colombiano. 3,500 años de historia, Villegas Editores.