Ca­rac­te­rís­ti­cas del bar­co

La su­ma to­tal del ro­man­ti­cis­mo, la sen­sua­li­dad y el pla­cer es­tá den­tro del Fast Ou­tLaw, el bar­co que su­pe­ra cual­quier ex­pec­ta­ti­va, por­que fue cons­trui­do pa­ra eso, pa­ra dis­fru­tar. Ade­más, cuen­ta con dos ca­bi­nas lu­jo­sa­men­te equi­pa­das y un cen­tro de en­tre­te­ni­mien­to. Enor­mes co­ji­nes es­pe­ran a los na­ve­gan­tes en proa y po­pa pa­ra re­ci­bir la ins­pi­ra­ción de la na­tu­ra­le­za en la es­ta­bi­li­dad del di­se­ño y puen­te de man­do elec­tró­ni­co del bar­co, fa­bri­ca­do por la em­pre­sa Mc­kin­na en 1999 con dos mo­to­res de 800 ca­ba­llos de fuer­za y 60´ de lar­go, que su­gie­re el Sun­se­ker Pre­da­tor 60´.

 

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Tres re­co­rri­dos tu­rís­ti­cos

El Fast Ou­tLaw ini­cia sus re­co­rri­dos en Ca­bo San Lu­cas:

Lle­gar a la Pla­ya del Amor, se­guir por el ma­ra­vi­llo­so Ar­co de Los Ca­bos e in­va­lua­ble con­vi­ven­cia con lo­bos ma­ri­nos, y vi­vir la ma­gia de la Ba­hía de San­ta Ma­ría y sus arre­ci­fes me­dian­te un sim­ple cla­va­do o con el equi­po de tu pre­fe­ren­cia: snor­kel, bu­ceo li­bre o hu­ka es­pe­cial, es el rum­bo de las sen­sa­cio­nes. Aún, un buen lunch al gus­to de los na­ve­gan­tes y una se­lec­ta va­rie­dad de vi­nos.

Otro re­co­rri­do va en bus­ca de ba­lle­nas al es­ti­lo Fast Ou­tLaw, es co­mo al­can­zar la po­si­bi­li­dad de con­vi­vir con ellas y ex­pe­ri­men­tar, a tra­vés de las emo­cio­nes más pro­fun­das, esa fuer­za que im­po­ne el res­pe­to de lo sin igual y.

La pues­ta de sol a bor­do del Fast Ou­tLaw, hay que vi­vir­la. Só­lo ahí se pue­den com­pren­der el sen­ti­do de la li­ber­tad, el po­der y el ro­man­ce. Sí, es un en­cuen­tro con la crea­ción.

Anéc­do­ta

El gran mo­men­to lle­ga­ba: el sol a pun­to de to­car el mar; una ban­de­ja lle­na de pé­ta­los de ro­sa que es­con­dían una ca­ji­ta en­vuel­ta con pa­pel azul y mo­ño blan­co; cham­pa­ña; el Ave Ma­ría de Shu­bert, y una pro­me­sa de amor eter­no.

Mi plan se­guía su cur­so a la per­fec­ción: San­dra sos­te­nía con una ma­no la ban­de­ja y ju­ga­ba en­tre mil y un pé­ta­los de ro­sas con la otra. Con la cá­ma­ra lis­ta me acer­qué pa­ra con­tar­le que sus de­seos se cum­pli­rían echan­do uno a uno los pé­ta­los a vo­lar, y Ch­ris­top­her se acer­ca­ba len­ta­men­te ha­cia ella.

—Mi amor, di­jo Ch­ris­top­her. ¿Por qué no echas a vo­lar los pé­ta­los al mar?

Es­ta su­ge­ren­cia da­ba por ob­vio que Ch­ris­top­her tam­po­co sa­bía que el ani­llo se en­con­tra­ba en el fon­do de la ban­de­ja, en­tre los pé­ta­los. Cuan­do él me hi­zo el en­car­go me pa­re­ció ideal es­con­der­lo ahí.

El bar­co iba a to­da má­qui­na (29 nu­dos) con el sol al cen­tro de la es­te­la. Mi­rá­ba­mos ex­pec­tan­tes a San­dra, quien con­ti­nua­ba aven­tan­do pé­ta­los, pe­ro su­pon­go que la ener­gía se de­rra­mó, pues de un im­pul­so lan­zó lo pé­ta­los res­tan­tes al mar, ¡con la ca­ji­ta que guar­da­ba el ani­llo de bri­llan­tes! Ch­ris­top­her me mi­ró. El pre­sa­gio de la enor­mi­dad azul os­cu­ro del mar en­tra­ba en esa so­la mi­ra­da. Sen­tí el im­pul­so de echar­me a vo­lar co­mo los pé­ta­los pa­ra res­ca­tar el ani­llo y la pro­me­sa y to­do. Los ojos de San­dra al oír­me gri­tar, ¡pa­ren el bar­co!, pre­gun­ta­ban, ¿qué pa­sa?

—Ah, res­pon­dí. Es que se me ca­yó la cá­ma­ra. Su cá­ma­ra.

El Fast Ou­tLaw dio la vuel­ta. Una vuel­ta sin tiem­po y una se­ñal de que lo eter­no exis­te: Pé­ta­los flo­tan­tes nos di­ri­gían ha­cia un pun­to blan­co. ¡Era el mo­ño! Es­ta vez me aven­té por él, y a tiem­po res­ca­té el sím­bo­lo de aque­lla pro­me­sa de amor.

Y la se­ñal se­guía vi­va. Mien­tras San­dra tomaba el ani­llo de ma­no de Ch­ris­top­her acep­tan­do la pro­pues­ta en llan­to pu­ro, yo hu­bie­ra ju­ra­do que el mun­do en­te­ro es­ta­ba car­ga­do de emo­ción.

Gra­cias, Ch­ris­top­her y San­dra.

El Ca­pi­tán del Bar­co

To­do co­men­zó cuan­do Ma­ría Jo­sé, la Chief Con­sier­ge de un ho­tel en Los Ca­bos, hos­pe­da­je de Ch­ris­top­her y San­dra, de ori­gen ale­mán y re­si­den­cia en Man­ha­tan, Nue­va York, me avi­só que se tra­ta­ba de una pro­pues­ta de ma­tri­mo­nio.

Re­gá­la­nos tu his­to­ria a bor­do del Fast Ou­tlaw. Só­lo ne­ce­si­tas con­tac­tar­te con el Con­sier­ge del ho­tel de tu pre­fe­ren­cia.

Por una vi­da de pa­sión, con es­ti­lo, sin lími­tes.

Aten­ta­men­te,

Au­gus­to De Ota­duy

 

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Grand Ou­tLaw, primer viaje

El ru­gir de 2,800 ca­ba­llos de fuer­za se es­cu­cha en la ma­ri­na de Ca­bo San Lu­cas, es el Grand Ou­tLaw que va de pes­ca el fin de se­ma­na rum­bo a Gol­den Bank y Fin­ger Bank, con una fa­mi­lia in­te­gra­da por cua­tro na­ve­gan­tes in­vi­ta­dos.

Las tres ca­bi­nas: la mas­ter, la VIP y la de in­vi­ta­dos es­tán res­pec­ti­va­men­te ha­bi­ta­das por Sean y Patty, y Ni­co­le y Con­nor.

Ini­cia­do el via­je, 15 ma­ca­re­las y una can­ti­dad igual de ca­ba­lli­tos de car­na­da vi­va pre­pa­ra­ba Bo­ri pa­ra la pes­ca.

Cer­ca de las 8:00 am, las chi­cha­rras de los ca­rre­tes anun­cia­ban tan­to la lle­ga­da del Grand Ou­tLaw a Gol­den Bank co­mo un ata­rea­do fin de se­ma­na, pues los atu­nes, di­ría­se una mul­ti­tud, mor­dían uno tras otro los cu­rri­ca­nes.

La mis­ma co­sa pa­só al lle­gar a Fin­ger Bank a las 11:00 am: Ha­bía mar­lins por do­quier, unos se es­pa­dea­ban en­tre sí, otros tomaban el an­zue­lo. Có­mo es­ta­ría la co­sa que hi­ci­mos más de 30 catch re­lea­se en ape­nas dos días.

Y lle­gó el mo­men­to de la con­tem­pla­ción co­mo hi­jos pre­di­lec­tos del apa­ci­ble Océa­no Pa­cí­fi­co, el Grand Ou­tlaw al ga­re­te ba­jo un cie­lo es­tre­lla­do se re­fle­ja­ba en las aguas, y al son de tan­ta ri­que­za, el chef Ju­lio nos pre­pa­ra­ba atún y mar­lin.

No ca­be du­da, en es­tos la­res sur­ge el ver­da­de­ro ser: Patty, la me­nos afi­cio­na­da a la pes­ca di­jo con voz tran­qui­la:

—Mar­tín, pre­pá­ra­nos los tan­ques de bu­ceo a Ni­co­le y a mí, con un par de lám­pa­ras, por fa­vor, va­mos a con­vi­vir con los mar­lins.

¡Y las úni­cas dos mu­je­res que ve­nían en el Grand Ou­tLaw se pu­sie­ron los tra­jes y se ar­ma­ron del equi­po y se echa­ron al agua! Y los ma­chos..., los enor­mes ma­chos, nos re­fu­gia­mos atrás de los ca­rre­tes de 80 li­bras. Ob­vio, pa­ra cui­dar­las des­de arri­ba.

Al día si­guien­te, más mar­lins, do­ra­dos y atu­nes ha­bía por to­dos la­dos.

El ru­gir de 2,800 ca­ba­llos de fuer­za se es­cu­cha en la ma­ri­na de Ca­bo San Lu­cas, es el Grand Ou­tLaw que re­gre­sa de pes­ca hon­dean­do las in­nu­me­ra­bles ban­de­ras de un ver­da­de­ro triun­fa­dor.

In­vi­ta­ción:

Via­je No. 2: Avis­ta­men­to de las ba­lle­nas en Ló­pez Ma­teos y San Car­los, Ba­ja Ca­li­for­nia Sur.

Par­ti­ci­pa en es­ta ex­pe­di­ción, con­tác­ta­nos con el Con­sier­ge de tu ho­tel.

Aten­ta­men­te;

Au­gus­to de Ota­duy

 

 

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Texto: Outlaw ± Foto: Outlaw