África es historia remota; todo indica que en ese continente se originó nuestra larga marcha para habitar el planeta y, probablemente, el universo. Vamos en el trayecto en que los africanos puedan acceder a los beneficios de la modernidad, con su trascendental historia que nos habita en las entrañas.

Hay dos momentos que se vinculan irresolublemente en esta evolución humana y social: el de la conciencia de la realidad y el de la inconsciencia. Podemos decir que esta última –la inconsciencia–, nunca nos abandona; es de hecho la dueña del conocimiento biológico con la herencia arcaica. La conciencia entraña el esfuerzo del saber-aprender-hacer, es lo humano. En este tránsito se halla la madre original de la humanidad, de la inconsciencia a la conciencia, del instinto a la intuición, del objeto al sujeto autónomo, que se erige para andar.

 

 

Lo que ahora entendemos, es el avance de la organización del sistema nervioso para crear estas realidades humanas. Se ha tenido que combinar el instinto con la intuición. La precepción, modificar el organismo evolucionado para usar el cerebro, para volver herramientas sus extremidades (manos y pies), para articular el lenguaje, para cumplir sus deseos, construir la realidad social: la cultura. No lo imaginaría la mujer original de África, pero se empeñó en el esfuerzo. Es el aprendizaje, con los sentidos (oído-sonidos, olfato-olores, vista-colores, tacto-texturas-formas, paladar-sabores), que se simbolizan y significan con el pensamiento. De este modo, son los que nos permiten desear y aprender-hacer inteligentemente, tantas veces, haciendo simplemente remedos de la construcción de otras especies con las que ahora sabemos compartimos sus partículas de ácido desoxirribonucleico (ADN) y el aprendizaje biológico de sus sistemas nerviosos.

 

 

 

 

Actúa así la biología del conocimiento, la autopoiesis (auto: por sí mismo, y poiesis: crear. Los que se crean a sí mismos (Maturana y Valera, 1986)). Simultáneamente participamos de un conocimiento que nos viene con la herencia biológica, y de otro, no distinto, que obtenemos indagando, aprendiendo y haciendo; este último modelo biológico está organizado para el pensamiento, donde los órganos están biológicamente dispuestos para pensar y hablar (Chomsky, Gramática generativa, 1986). En la actualidad, este entendimiento lleva a producir tecnología de telecomunicaciones semejante al cerebro humano y biotecnologías benéficas –que no alteran los procesos naturales–, que aprovechan las potencialidades orgánicas, tal como lo hizo esta mujer original en su tarea de evolucionar su biología, para resolver necesidades en cada circunstancia ecosistémica: en la selva, la estepa helada, el desierto y el mar; pero es la evolución, la adaptación, con la que inicia el proceso de globalización en África: habitar el mundo, hacer y ser la tierra en toda su redondez y movimiento.

 

 

 

 

Lucy: madre original

El estadounidense Donald Johanson localizó el 24 de noviembre de 1974, el esqueleto de una hembra, a 159 km de Adís Abeba, Etiopía, África, y le dio el nombre de Lucy. La osamenta fue la más completa hasta entonces encontrada de una homínido, casi un 40%, perteneciente a la especie Australopithecus afarensis, de 3.2 millones de años de antigüedad.

Su ADN ha sido encontrado en las generaciones modernas de seres humanos, por eso se le llama la madre de la humanidad, opacando otras teorías dogmáticas de las especies puras. Este ADN apenas comprendido en 1869 por Friedrich Meister y, hasta ahora, usado con ciencia aplicada para investigación biológica-antropológica, abre un nuevo panorama de África y la historia de la humanidad.

No es esta muestra del código genético universal, sino el ininterrumpido avance de la ciencia forense aplicada a la arqueología y la antropología física, junto con las circunstancias de África que conserva condiciones naturales y ecosistemas, ciertamente alterados, pero que permanecen para esta indagación.

 

 

 

 

En la región del lago Yari, los fósiles de seres humanos y animales se conservan porque, al quedar enterrados, no se han descompuesto por  una mecánica simple: el agua filtra los minerales de los huesos y elimina la materia orgánica. Lucy, con sus habilidades humanas, camina erecta, pero trepa en los árboles todavía; es una transición locomotora, que va organizando el esqueleto y los órganos para erguir el cuerpo.

 La capacidad actual de reproducir escenarios virtuales, alimentados con información científica sobre los elementos obtenidos en el levantamiento en sitio, escaneado el esqueleto fósil, permite reconstruir con objetividad el pasado, o dicho en palabras poéticas: para dar los primeros pasos de la vida inteligente. Gracias a ello, se han logrado analizar las huellas de Lucy, comprender su forma de transitar el mundo, su similitud con el ser humano moderno y la manera en que somos esta capacidad de conocimiento biológico, que ha aprendido a disfrutar la existencia, desde que la madre africana se lanzó al viaje de la evolución, a aprender con la naturaleza.

 

Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de Amura.

 

 

 

 

 

Texto: Jesús Peraza Menéndez ± Foto: artelista / OJWE / VIAJES ETNIAS / Bantus / AUSTRALIA / NATGEOFOTO / Tenorema / FNDNI / LMD / VIAJETJE / VIAJES X ETIOPIA / gosp / DES VILLAGES